Cristóbal Colon
Tercera y último parte
Isabel y Fernando no iban a consentir que nadie
les impusiera condiciones. Ellos eran
conscientes de la algo iluminada fantasía del italiano, y en todo caso los
términos que fijaban el contrato quedaban supeditados a que el navegante llegara
a las costas de Asia, en cuyo caso las inmensas riquezas que se derivarían como
consecuencia compensarían con creces al
Estado. De haberse llevado a efecto el
cumplimiento literal del compromiso, el genovés se hubiera convertido en una
especie de señor feudal con tanto o más poder que el propio Estado. Los reyes
no podían consentir el advenimiento de un competidor del poder real después de
haber combatido y derrotado en cruenta lucha al omnipotente y secular poder de
la nobleza castellana, centralizando el poder y eliminando sus aspiraciones
políticas en la guerra civil por la sucesión al trono; de modo que la real
pareja se limitó a dar el visto bueno.
Lo que ocurrió después es archiconocido.
Posiblemente sea este acontecimiento del Descubrimiento de América el episodio
más conocido de nuestra historia, la epopeya que más nos subyuga y exalta, tal
vez por las connotaciones de temeraria y fantástica aventura que envuelve y que aquellos hombres llevaron a cabo con
desprecio de sus vidas,
adentrándose en el desconocido y
tenebroso Atlántico de aquel tiempo. Acontecimiento muchas veces idealizado en
versiones pueriles, coloreadas, y eximidas de las miserias que enlodaron la
excelsa obra del Descubrimiento, y que acontecieron
motivadas por la ancestral esencia y modo de ser del hombre; aunque en
definitiva el hallazgo fuese un acto
sublime de extraordinarias consecuencias
para el mundo. Pero hay que situar los hechos en su verdadero contexto.
Sobre esto último del párrafo anterior, hay que señalar, otro
hecho propio del Colón enigmático. Se trata de una de las acciones más
incoherentes que el almirante llevó a cabo en toda su vida: en su segundo viaje
navegando por el Caribe, había decidido el Almirante bordear la isla de Cuba para determinar si
era isla o península. Encontrándose la flota en el extremo oriental de la isla,
la tripulación quería volver a La Española y estaban a punto de amotinarse ya
que Colón se empeñaba en seguir adelante aún con el crítico estado de los
barcos, mal encarenados, con las velas y jarcias medio
podridas, los víveres enmohecidos y los hombres desmoralizados y exhaustos. Cediendo
a las presiones de estos, Colón decidió volver a la isla base, perdiendo así la
ocasión de descubrir el continente al estar tan próximos a tierra firme. Colón,
antes de dar la vuelta, obligó a la
tripulación a prestar juramento por escrito de que estaban en la tierra firme de
las Indias, es decir, en Asia. Comprometiéndose todos a no decir nunca lo
contrario bajo pena de ser severamente
castigados. Y Colón se las arregló para persuadir a los más reticentes a jurar.
No es concebible que Colón creyese que Cuba era Japón, ni
que más allá al Oeste se encontraban las tierras del Gran Khan. Todo hace
pensar que el genovés temía espantosamente perder todas las prerrogativas
conseguidas de los Reyes al abandonar estos la empresa por falta de interés, y
eso debió trastornarlo mucho para pretender que semejante farsa sin haber
encontrado aún el camino que conducía a la India, fuese a surtir efectos
positivos y duraderos; y desde este momento todo en la vida del almirante se
complicó y degeneró. Todo su sueño parecía venirse abajo estrepitosamente. El gobierno del
virreinato se le estaba yendo de las manos con consecuencias previsiblemente desastrosas
para la colonia. Durante la ausencia del Almirante de la isla La Española, algunos españoles habían cometido toda clase
de excesos y barbaridades contra los indios. Como consecuencia, la población indígena se declararó en guerra, y tan deteriorada estaba la situación
que a los indios era ya imposible ganarlos
por medios pacíficos. Colón dio como
respuesta la orden de castigarlos, y este acto fue el pistoletazo de salida que
dio comienzo al episodio más oscuro y vergonzoso de la colonización de América, no solamente por las injusticias
cometidas contra los indios y contra los propios colonos, sino por permitiir y algunas veces amparar las autoridades a una casta de oportunistas
y gente sin escrúpulos que campaban a su antojo por la colonia buscando el enriquecimiento inmediato
por los medios que fuesen y cometiendo
toda clase de atropellos.
Los Reyes Católicos tenían ya conocimiento de los graves
hechos ocurridos y en medio de este desconcierto llegaron naves de España. En
ellas venía un portador con una orden de los Reyes para Colón de presentarse ante la Corte a declarar sobre lo ocurrido con
los súbditos de la Reina, (los indios y los colonos), que Colón presentaría como
acto defensivo a los ataques de los bárbaros indios, cuando en realidad fue un
acto defensivo de estos ante las barbaridades cometidas por los españoles. En
defensa de los colonos hay que decir que ante la seria situación de desorden y
caos que se vivía en la colonia, muchos, completamente desmoralizados, optaron
por abandonar las tierras, volver a España y olvidarse de las malditas Indias.
Las graves acusaciones y cargos que pesaban contra Colón,
elevadas por sus detractores ante el Consejo Real, no habían dejado
indiferentes a los Reyes, y estos habían
mandado una especie de comisario real a investigar las causas del desorden en
la colonia, con potestad para interrogar y tomar declaración a los habitantes
de la isla. Esto suponía un grave menoscabo de la soberanía y autoridad del
virrey, a lo que Colón respondió en un
violento enfrentamiento contra el enviado real. Éste perseveró en su cometido, cumpliendo a rajatabla el mandato de los Reyes, y Colón sintió desde aquel momento que empezaba a perder el favor de la
real pareja. En marzo de 1496 emprendió el viaje a España para defender
personalmente su causa ante los Reyes.
Colón consiguió rebatir hábilmente ante los Reyes todas las acusaciones. No obstante, el
entusiasmo inicial por el descubrimiento de la nueva ruta a las Indias había
decaído, puesto que las esperadas riquezas que prometía el Almirante no habían
sido halladas. Como consecuencia directa, el interés del capital privado en la
colonización también había declinado y hubo que esperar dos años para el
apresto de una nueva flota en la que Colón emprendió su tercer viaje.
Durante la larga ausencia de Colón de La Española no se
había restablecido el orden ni no se había normalizado el abastecimiento de los
productos más necesarios. La propagación de la sífilis por la colonia estaba
causando estragos y se había producido una nueva revuelta por
parte de los colonos contra los hermanos Colón, Bartolomé y Diego, a quienes el
almirante había dejado al mando en el gobierno durante su
ausencia. Ante el estado de las cosas en la isla, Colón no supo qué hacer y se
le ocurrió pedir ayuda a los Reyes solicitando le enviaran un juez que
restableciera la paz en el virreinato. Pero ya la real pareja había tomado la
decisión de relevar a Colón en la administración y gobierno de las Indias.
A comienzos de 1499
Francisco de Bobadilla fue nombrado juez supremo y enviado a La Española
por los Reyes con el mandato de restablecer el orden y destituir al virrey. En
agosto llegó a la isla cuando los hermanos Colón se encontraban inmersos en la represión de otra revuelta de colonos agraviados. La llegada
del juez no pudo ser más tétrica, al contemplar él mismo el macabro
espectáculo de siete cuerpos de colonos que habían sido ahorcados por orden de
las autoridades, y que todavía pendían de las cuerdas balanceándose al viento en
el patíbulo. En la cárcel todavía esperaban cinco colonos más para sufrir la
misma pena. En ausencia Bartolomé Colón, gobernador interino que andaba a la
búsqueda de rebeldes por la isla, el mando en la ciudad estaba en manos de su
hermano Diego. El juez le requirió la entrega de los cinco reos, a lo que Diego
se negó. Bobadilla, sin dudarlo ni un instante, mandó detenerlo y acto seguido
ocupó el palacio del virrey. Poco después también fueron apresados el virrey Cristóbal Colón y su hermano Bartolomé, que fueron encarcelados junto
con Diego en la prisión de la isla, y a comienzos de 1500 fueron mandados los
tres a España para ser juzgados ante un tribunal.
Colón supo rechazar con habilidad todos los cargos que
pesaban en su contra. Salió airoso del proceso, pero había perdido ya el favor
de los Reyes. Todos sus cargos y privilegios en las Indias les fueron
retirados, conservando sólo el titulo de Almirante junto con algunos derechos
económicos en empresas del Caribe, y en septiembre de 1501 fue hecho público el
nombramiento de un nuevo gobernador de La Española en la persona de Nicolás de
Ovando, con lo que los privilegios de Colón quedaban oficialmente retirados.
Aunque estuvo pleiteando porque le fueran restituidos, gastó todas sus energías
y su vida luchando por ellos en vano.
Isabel y Fernando solían decir que Colón era mal gobernador
pero buen marino, y fueron benévolos con él al restituirle en el nombramiento de Almirante y aprestarle tres nuevos barcos con los que realizó su cuarto y
último viaje. Empeñado aún en hallar una
ruta occidental hacia las Indias más allá del mar que se extendía al Oeste de
Cuba, se topó con el continente americano creyendo haber llegado a las costas
de Asia, y murió sin llegar a saber que había llegado a un inmenso mundo todavía
más rico que Asia, aún desconocido.
Fin
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