Tribuna de opinión
¿Qué pasa con el clima?
Por Antonio Rodríguez Muñoz*
¿Está afectando realmente el
cambio climático a Extremadura? En lo que respecta a esta cuestión y en lo que nos alcanza la memoria, parece que no hemos percibido
todavía un cambio a nivel de la gente de la calle. Por más que oigamos
decir que ahora llueve menos, lo cierto
es que el índice pluviométrico de nuestra región no se ha modificado y lo único
apreciable (por lo que pudiéramos suponer que ahora cae menos lluvia) es la
ausencia, casi total, de aquellas
terribles crecidas del Guadiana, domado y sujeto a un caudal menos pernicioso
desde los años cincuenta por medio de las presas a lo largo de su
cauce.
Otra referencia aparente de aquel
tiempo es que los ciclos invernales de entonces
se nos antojan más largos, y no lo eran. Cabe recordar tres
invernadas recientes, largas y lluviosas -las de 2010, 2011 y el pasado 2013- en las que hubo borrascas casi semanales de octubre a mayo, con algunos
daños para la agricultura.
En cuanto al calor, la estadística refleja que el aumento ha venido siendo en términos globales de
0,3 grados por década, y el cómputo
para los últimos sesenta años de 1,8 grados para nuestra región en
el supuesto de una uniformidad en el incremento gradual de la temperatura por
todo el planeta. A nosotros, no obstante, nos
siguen pareciendo los veranos igual de calurosos que entonces, con la
diferencia de que en estos días nos es más soportable el calor por el uso casi
generalizado de los acondicionadores de aire.
De todos modos no podemos
obviar el hecho irrefutable del cambio climático. Tenemos que creer
forzosamente en la estadística y no podemos pasar por alto sus
resultados. Pero sea porque el aumento de la temperatura
no es rigurosamente progresivo sino más bien fluctuante (con altos y bajos),
y estamos teniendo veranos normales que alternan con otros menos calurosos; o
porque asociamos el fenómeno con los ambientes de otras latitudes con climas
más extremos, el hecho es que no nos preocupa mucho que digamos todo esto, y a
veces nos parecen innecesariamente alarmistas algunos científicos que de vez en
cuando vienen a asustarnos con sus datos por la televisión.
En lo único patente que la gente
corriente notamos que un cierto cambio está teniendo lugar,
es la súbita desaparición de algunos insectos, anfibios y reptiles de nuestros campos. Por
ejemplo, en la ausencia casi total de saltamontes. Todos recordamos la
abundancia de estos insectos en nuestra infancia, cuando al paso por cualquier
campo se levantaban por delante de nosotros cantidades ingentes de “langostos” y
ahora es notoriamente difícil ver alguno. La consecuencia lógica de
esta mengua es la falta de lagartos de nuestras tierras que tienen en estos
bichitos la base de su sustento. Otra escasez notable son las ranas, que
podemos con toda seguridad atribuir también a la falta de insectos de los que
estos batracios se nutren, así como también en cierta medida a la impureza de la atmósfera, que afecta de
forma seria a su organismo al ser absorbida a través de su compleja y sensible
piel.
Evidentemente, la atmósfera ya no
es la misma; tenemos, además de lo que generamos nosotros, lo que nos viene de
fuera: las emisiones de miles de chimeneas en las
otras regiones industrializadas que el viento se encarga de diluir por toda ella. Estas emisiones contaminantes están constituidas principalmente por
dióxido de carbono, óxidos de nitrógeno y anhídrido sulfuroso. Aparte de lo
anteriormente expuesto, esta complicación irá en aumento favorecida por
nuestros propios malos hábitos refractarios a todo cambio, por más que la
televisión sea un magnífico medio para la divulgación de ideas nuevas. Cada vez
que ponemos en marcha algunos de nuestros aparatos domésticos -a veces
innecesariamente o por periodos de tiempo demasiado largos-, aumentamos la quema
de carbón, ya sea en forma de carbón mineral o hidrocarburos, (combustibles
fósiles), por lo tanto liberando más monóxido de carbono.
El planeta tiene una relativamente
gruesa capa atmosférica que existe como parte de un delicado balance natural.
Las radiaciones del Sol pasan a través de ella. Una parte
es absorbida por la Tierra, calentándola, y otra rebota
hacia la capa atmosférica. La atmósfera es suficientemente gruesa como para
mantener atrapada parte de esta radiación rebotada del suelo entre ella y la
Tierra, mientras que otra parte de esta radiación escapa de vuelta al espacio.
La correcta cuantía de radiación atrapada es beneficiosa porque aporta calor, el
cual asegura que la Tierra no se vuelva demasiado fría.
El problema consiste en que esta
capa de la atmósfera aumentada por las emisiones que se
lanzan desde las zonas industriales del globo: las ciudades, decenas de miles de aviones surcando el
espacio y el escape de los automóviles. La
atmósfera está reteniendo por esta causa más radiaciones, por tanto haciendo
que se caliente el planeta y fundiendo el hielo de los polos y glaciares. Esto
es una simple explicación del proceso conocido como calentamiento global.
Trastorno del equilibrio natural por
el empleo de productos
químicos y otros contaminantes
Podemos colegir que la causa
directa de todo este fenómeno de la desaparición de insectos de los campos
extremeños, en gran medida está impulsada también por el empleo de pesticidas en las zonas de
regadíos; unas 260.000 hectáreas en la provincia. Este área de cultivos -comparada
con la totalidad de la superficie provincial
de 2.170.000 hectáreas- nos puede parecer de poca influencia para
contaminar la superficie de la provincia, pero no es así; bastaría mucho menos superficie
de cultivos tratados con pesticidas para romper el delicado equilibrio natural.
Tenemos además otro problema
bastante común con otras partes del territorio nacional, pero sin compartir el
beneficio de la industrialización que lo genera en esas otras regiones, como
puede averiguarse con un simple vistazo al río Guadiana a su paso por Badajoz, y sorprende el poco cuidado que hemos prestado
a este gran deterioro durante más de
sesenta años que ha causado en los peces y otras formas de vida
acuática, así como a la propia salud del río. Sin lugar a dudas motivado por la
falta de verdaderas depuradoras a lo largo de su cauce, desde el Valle de la
Serena hasta la propia ciudad de Badajoz. Es por lo demás lógico que seamos los pacenses los que suframos el peor estropicio de nuestro querido
río al llegarnos éste en las peores condiciones, tras recibir los vertidos de
ciudades tan pobladas como Villanueva de la Serena, Don Benito, Mérida, y
Montijo, con todos los vertidos procedentes de la industria del
tomate en verano
La salubridad del río
En lo concerniente a la
contaminación del río Guadiana, no puede
existir una razón que justifique su
menoscabo, sobre todo teniendo en cuenta que somos una región predominantemente
agrícola y ganadera con una exigua representación de industrias contaminantes.
Debemos arreglar de una vez para siempre este asunto del río. En una visita a
Mérida hace unos meses pudimos comprobar la extraordinaria labor de
acondicionamiento de ambas orillas del Guadiana. Una
obra encomiable, muy acorde con la ciudad patrimonio y un maravilloso logro para
el disfrute de todos los emeritenses. Badajoz va por el mismo camino de lograr
algo muy parecido para todos nosotros con el plan de mejoras de la margen
derecha del río y es de esperar que muy pronto todos estemos
disfrutando de los paseos por sus orillas ajardinadas, y Badajoz logre ser una
ciudad todavía más bonita, con un incremento de las zonas por donde pasear y
sentirse a gusto.
Es de suponer que exista un plan
paralelo a estas mejoras de las orillas del río para que volvamos a disfrutar de las aguas incontaminadas que nosotros conocimos en la niñez. De otro modo tendría muy poco sentido lógico
y práctico el dispendio y el esfuerzo de acondicionar con paseos arbolados y
jardines sus dos orillas si después tenemos que pasear por ellas percibiendo la
insoportable visión de sus sucias aguas
y su pestilente hedor en verano.
*Antonio Rodríguez Muñoz es alumno de 4º curso de la UMEX
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