Tribuna
de opinión
Figuras
polémicas de la historia
Fray
Bartolomé de Las Casas
Por Antonio Rodríguez Muñoz
Fray Bartolomé de las Casas fue un
fraile de vocación tardía. Nacido en Sevilla; se ordenó sacerdote
hacia los treinta y seis años en la isla La Española (lo que hoy es
la República Dominicana), y no fue hasta los cuarenta y nueve años
de edad cundo tomó los hábitos de Santo Domingo. Hombre impulsivo
de carácter inquieto, luchador infatigable durante toda su
existencia; lo que solían llamar nuestros abuelos, un cura de
escopeta y perro. Nos lo imaginamos como el prototipo del cura
carlista en lo enérgico y temperamental, aunque ilustrado y falto
del componente violento y primitivo que presentaban muchos de
aquellos curas guerrilleros, y dedicado a una causa más humana.
Todos admiramos su genio de incansable batallador que le ocupó toda
su dilatada vida en la defensa de la libertad y los derechos de los
indios. Hay que valorar como algo muy positivo y loable su vitalidad
de incansable viajero a través del Atlántico en su interminable ir
y venir de las Antillas a la metrópoli para procurar la implicación
de la Iglesia y la Corona en lo que parece haber sido su lucha
personal y exclusiva; su porfiar constante contra los que
fundamentados en la ley de la selva sostenían que todos los
“salvajes” por ley natural junto con sus territorios y sus
posesiones, eran propiedad de quienes los descubrían. El dominico
Las Casas no sólo tuvo que enfrentarse solo sin más potestad ni
asistencia que su moral y su sentido de la justicia contra las
autoridades que detentaban el poder civil en las gobernaciones del
Nuevo Mundo, si no, contra la propia autoridad eclesiástica de las
colonias recién establecidas y también contra el Consejo de Indias,
contra letrados y contra todo el que se oponía a los principios
morales de la ocupación de un territorio conforme a lo que él
sostenía como justo.
En las innumerables diligencias del
padre Las Casas para interceder en favor de los indios, iba muchas
veces implícita una opinión personal cuestionando la legitimidad
de los reyes de Castilla sobre el dominio de las Indias, ya que él
no reconocía otro derecho de Castilla para entrar en América, que
la evangelización, sin ningún derecho a guerra. Esto por lo que
parece no molestaba a nadie; había muchos otros asuntos más
importantes por los que preocuparse y casi nadie reparaba seriamente
en la opinión del dominico, por más insistente que este se
mostrara, y poco a poco en Castilla fueron acostumbrándose a él. En
lo referente a los asuntos de América, Carlos V tenía al Consejo de
Indias y a un gran número de asesores y consejeros a quienes
consultar todas estas cuestiones, y contra fundamentos arcaicos que
pudieran no ser válidos, se esgrimían otros más modernos sobre
derecho natural y de gentes que validaban el derecho de Castilla al
señorío de las Indias. Las Casas también despreciaba en su cándido
pensamiento otros títulos legítimos, como son la comunicación y el
libre comercio establecido por el derecho natural. No obstante tuvo
que resultar desconcertante y debió exasperar enormemente a Las
Casas dado su puntilloso sentido de la justicia, como a cualquiera de
nosotros nos resulta hoy quinientos años después, la demanda de la
que se valían los capitanes expedicionarios como lo tenían
ordenado, del aviso hecho formulariamente y en lengua castellana sin
la menor validez por la que se declaraba a los indios mediante esos
títulos, sin ninguna otra potestad suprema, propiedad del rey de
España según se iban conquistando los territorios.
Todos estos conceptos sobre la justicia
y el derecho de los indios que Las Casas particularmente tenía, así
como todos sus trabajos y desvelos en favor de ellos, los respetamos
y valoramos conforme a su sentido de la objetividad y los damos por
bien intencionados; pero hay que discrepar seriamente de los libelos
y exageraciones de los que se servía para denunciar los métodos de
conquista del Nuevo Mundo y que éste célebre varón publicó en
contraposición con el sentido común y sobre todo en contra de los
intereses y el nombre de España y que sirvieron de subterfugio a sus
enemigos para difundir la patraña de la leyenda negra.
El andaluz Las Casas fue un escritor
incansable; de hecho estuvo escribiendo toda su vida y ésta fue muy
larga para aquel tiempo. Sin la utilidad que su libro “Brevísima
Historia de la Destruicción de las Indias” tuvo para los manejos
de las naciones adversarias de España en Europa, Las Casas no
hubiera pasado de ser más conocido que otro cualquiera de los muchos
a los que les dio por escribir de los asuntos contemporáneos de
América. El libro carece del mínimo interés literario y es el
canon de toda su obra, que representa la insana afectación del amor
que siente por los indios; hasta tal extremo lo llevó su pasión por
esta causa, que al leer de alguien definirlos como gente de ínfima
cualidad intelectual, lo considera él difamación, y a quien lo
escribe difamador que incurre en pecado mortal y obligado a restituir
el daño. Él en toda su obra difamó a la nación española y ni en
un solo momento de su vida pensó que fuese motivo de imputación o
que estuviera obligado a restitución; mientras creía que definir
la intelectualidad del indio, era pecaminoso. El dominico peca como
mínimo de imprudente irresponsable por el perverso uso que hicieron
de su libro holandeses e ingleses principalmente, el cual está lleno
de absurdas exageraciones e inventadas atrocidades que él esgrime
como irrecusable barbarie de los españoles en la conquista de
América.
Para los protestantes en plena
efervescencia reformista, el libro del dominico tuvo que haber sido
un instrumento formidable para difamar al catolicismo; y a los
ingleses les vendría de perlas además para resarcirles un poco
cuanto menos de la pésima fama de ladrones y criminales sin
escrúpulos que se echaron encima capitalizando a su imperio en
ciernes con el producto de la piratería y el robo que cometían
contra España. Tal vez pensando
que al propagar por el mundo la malvada
forma de ser de los españoles que Las Casas
denunciaba en su libro, quitaría peso
ante la opinión pública a su índole de ladrones, al robar a tan
inhumana gente. Ellos se lo roban a los indios torturándolos y
matándolos y nosotros se lo robamos a ellos; luego, no hay delito,
si no, que lo que hay es un acto de suprema justicia. Calcularían
ellos.
He aquí otra vez a la fama perpetrando
otro de sus innumerables actos de injusticia encumbrando a un
simplicísimo hombre a tan alto estado de la celebridad por medio del
disparate. Las Casas no hubiera pasado de ser un cura con la rara
peculiaridad del gusto por darle a la pluma; pero tuvieron que
coincidir la candidez, la imprudencia, la irresponsabilidad y las
ganas de notoriedad en tan raro varón, con el oportunismo de esas
naciones europeas y sus ansias de venganza, para que se produjera lo
absurdo. El padre Bartolomé no pretendía con toda seguridad ninguno
de los objetivos que inconscientemente alcanzó, y vino sin quererlo,
a ser tristemente célebre para la posteridad en España, por el daño
irreparable que hizo a su nación.
En su libro La Destruicción publicado
en Sevilla a principio de la segunda mitad del siglo XVI podemos ver
lo más negativamente significante de toda la obra lascasiana, que
fue lo único suyo de verdadera utilidad para los manejos de la
Reforma; lo más difundido en la Europa protestante por servirles con
tanta eficacia su poder difamador, dando lugar además, a las más
encendidas polémicas desde su difusión.
Propensión
patológica del padre Las Casas a la exageración
Todos los que conocen aunque sólo sea
algo de la obra de Las Casas, coinciden en admitir que exageraba
abultando desproporcionadamente los hechos. Pareciéndole poco lo
que otros le refieren, él por su cuenta le echa lo que le parece que
queda mejor para impresionar más, deformando disparatadamente las
cifras y revistiéndolas de caracteres increíbles, sobre todo cuando
pondera la maldad de los españoles calificándolos siempre de
criminales sanguinarios “hombres tan inhumanos, tan sin piedad y
tan feroces bestias, extirpadores y capitales enemigos del linaje
humano” Cuando se refiere a los indios los describe siempre como
seres inocentes que: “algunas veces, raras y pocas mataban los
indios algunos cristianos con justa razón y santa justicia”
Quienes hayan leído algo sobre el principio de las expediciones
mandadas a Tierra Firme desde la isla de Santo Domingo donde residía
fray Bartolomé, (hay una referencia suya sobre esto que se expone a
continuación en sus escritos) sabrá que las expediciones de Alonso
de Hojeda y Diego de Nicuesa en dos armadas combinadas con la
intención de establecer una colonia en el continente, terminó en
fracaso total con el resultado de la pérdida de cerca de 800 vidas
de españoles a manos de los “seráficos” indios y sus flechas
envenenadas en 1511
El libro “La destruicción de las
Indias” comienza describiendo a la isla Española. De ella dice que
“estuvo dividida en cinco reinos, uno de los cuales Managuá tiene
sobre treinta mil ríos y arroyos, de ellos doce tan grandes como el
Ebro, Duero y Guadalquivir. De esos ríos, veinticinco mil son
riquísimos en oro. Otro de los cinco reinos, Marién, él sólo, es
más grande que Portugal”. Pues bien, no hay más que consultar un
buen atlas para saber que la República Dominicana es algo mayor que
Extremadura 48.400 Km2 y la otra república Haití es una tercera
parte de la primera, mientras que Portugal tiene 88.000 km2 Los doce
ríos principales de La Española, se reducen a dos, pero ni mucho
menos de la magnitud del Ebro, cosa imposible, dado las pequeñas
dimensiones de la isla. De los otros tres reinos no nos da datos
geográficos, pero es de suponer que serian (según Las Casas) por
lo menos entre los tres, tan grandes como los dos primeros.
El libro entero es un desfile de datos
disparatadamente hinchados, tanto si habla de las riquezas de las
Indias como cuando describe la maldad satánica de los cristianos.
“Comúnmente mataban a los señores y nobles desta manera: Que
hacían unas parrillas de varas sobre horquetas y atábanlos en ellas
y poníanles por debajo fuego manso, para que poco a poco, dando
alaridos, en aquellos tormentos, desesperados, se les salían las
ánimas” Y esto otro: “una vez vide que, teniendo en las
parrillas quemándose cuatro o cinco principales y señores (y aun
pienso que había dos o tres pares de parrillas donde quemaban otros)
y porque daban muy grandes gritos y daban pena al capitán o le
impedían el sueño, mandó que los ahogasen; y el alguazil que era
peor que verdugo, que los quemaba, no quiso ahogallos, antes les
metió con sus manos palos en las bocas para que no sonasen, y
atizóles el fuego hasta que se asaron de espacio como el quería. Yo
vide todas las cosas arriba dichas y muchas otras infinitas”
Es de suponer que fray Bartolomé
teniendo autoridad moral para impedirlo al estar presente, callaba y
asentía ante macabra escena, no siendo por tanto mejor que el propio
alguacil que atizaba la lumbre. ¡Qué hombre éste!
Tampoco siente reparos al describir
escenas de matanzas de mujeres y niños muy difíciles de creer
incluso atribuyéndolas a gente de hace cinco siglos, que en lo que
toca a sentimientos humanos como a moral cristiana, es de creer que
no podrían ser tan distintos de nosotros. “entraban en los
pueblos, ni dejaban niños ni viejos, ni mujeres preñadas ni paridas
que no desbarrigaban y hacían pedazos, como si dieran en unos
corderos metidos en sus apriscos. Hacían apuestas sobre quién de
una cuchillada abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza de
un piquete, o le descubrían las entrañas. Tomaban las criaturas de
las tetas de las madres por las piernas y daban de cabezas con ellas
en las peñas…”
Dominado por una irrefrenable tendencia
a la exaltación dice esto otro: “Ya está dicho que tienen los
españoles de las Indias enseñados y amaestrados perros bravísimos
y ferocísimos para matar y despedazar los indios. Sepan todos los
que son verdaderos cristianos y aun los que no lo son, si se oyó en
el mundo tal obra, que para mantener los dichos perros traen muchos
indios en cadenas por los caminos que andan, como si fuesen manadas
de puercos, y matan dellos y tienen carnicería pública de carne
humana”
Sobre la despoblación de los
territorios por la degollina de los indios a manos de los
cristianos dice esto: “De la gran Tierra Firme somos ciertos que
nuestros españoles, por sus crueldades y nefandas obras, han
despoblado y asolado y que están hoy desiertas, estando llenas de
hombres racionales, más de diez reinos mayores que toda España,
aunque entre Aragón y Portugal en ellos, y más tierra que hay de
Sevilla a Jerusalén dos veces, que son más de dos mil leguas”
“Daremos por cuenta muy cierta y verdadera que son muertas en los
dichos cuarenta años, por las dichas tiranías e infernales obras
de los cristianos, injusta y tiránicamente, más de doce cuentos de
ánimas, hombres y mujeres y niños; y en verdad que creo, sin pensar
engañarme, que son más de doce cuentos.” (Un cuento es un
millón.)
Según el apóstol de los indios, el
total de muertes a manos de los conquistadores sumando las cantidades
parciales que él da para toda la América hispana a lo largo de cuarenta años es de más de
veinticuatro millones. Un solo capitán de las tropas de la
gobernación de Panamá, despachó él solito con ayuda de sus
hombres (es de suponer que serian como muchos doscientos en total) la
increíble cifra de 500.000 sin disponer de hornos ni cámaras de
gas. Si los de la “Solución Final” en la Alemania nazi lo
hubieran sabido, los habrían declarado gente de una raza superior a
la de ellos mismos.
En las 117 páginas que tiene el
ejemplar de la edición de La Destruicion que yo tengo, no caben más
disparates ni despropósitos. Aunque algo hubo de la injusticia
inmisericorde que el dominico nos lega en su testimonio, es por otra
parte imposible de creer tan criminal rudeza por varias razones:
Aparte de lo horroroso de semejantes prácticas; de la moral y la
ética del pensamiento cristiano imperante en aquel tiempo y de la
imposibilidad material de hacerlo, está el objetivo y finalidad de
matar por matar. Por muy bárbaros que fuesen los cristianos, tendría
que resultarles repugnantemente atroz arrebatar un niño de los
pechos de su madre para estrellarlo contra las peñas. En todas las
expediciones que se organizaban para la conquista del territorio,
figuraba siempre como mínimo un sacerdote, además de un escribano,
un médico etc. Es de creer que por lo menos el sacerdote que estaba
investido de carácter sagrado para los servicios religiosos,
representaría alguna autoridad aunque sólo fuese moral, para
impedir tanta perversidad como práctica habitual. Luego queda el
sentido práctico de la ocupación de un territorio. Si los
cristianos asolaban la tierra matando a todos los indios, ¿para que
iban a querer los españoles un territorio sin gente? ¿Quién iba a
trabajar los campos para siquiera darles de comer? ¿De donde iba a
salir el dinero de los tributos?
Ya para terminar, sólo nos queda decir
que no quisiéramos atribuir al fraile Bartolomé ninguna carga de
mala intención. Aunque sí parece que trata con saña a muchos de
los adelantados y capitanes, queremos creer que él actuaba movido
por un espíritu justiciero en favor de gente tan desamparada como
eran los pobres indios, pero sobre todo, después de leer el capítulo
del libro al que nos estamos refiriendo, el que dedica a La Florida,
nos asalta la duda cuando trata al pobre Hernando de Soto después de
muerto éste, con tanta crueldad y furia diciendo de él: “Y así,
el más infelice capitán murió como malaventurado, sin confesión,
y no dudamos sino que fue sepultado en los infiernos, si quizá Dios
ocultamente no lo proveyó, según su divina misericordia y no según
los deméritos dél, por tan execrables maldades.”
No está bien hablar así (y menos un
fraile) de un hombre que murió tan lejos de su patria, a quien no se
le pueden achacar execrables maldades y que además murió pidiendo
perdón. A lo que parece, tal vez por estas cosas suyas, el fraile se
quedó solo en su defensa de causa tan piadosa; sospechamos que por
la carga de fanatismo que en gran parte lo movía. Seguramente la
mayor parte del conocimiento de los hechos de la conquista, le serian
facilitados por informes de otros, puesto que él no podía
desplazarse desde la Española, a partes tan lejanas como Río de la
Plata, Perú o México, y que tuvo por fuerza que recibir toda clase
de información, buena, menos buena y mala; sin embargo él en ningún
momento deja de referirse a sus paisanos los conquistadores, como
viles, sanguinarios, perversos matadores, violadores, tan sin
escrúpulos, gente infernal, crueles, etc. etc. Y por fuerza tuvo que
haber habido también algunos buenos. Así que sospechamos que debido
a su fundamentalismo encendido, fueron todos alejándose de él, dejándolo solo para eludir los conflictos, como si se tratase de un apestado.
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