Descripción


Presentación de la revista digital de la Universidad de Mayores

Esta es la versión digital de la revista Aula Magna, una publicación que aprovecha las virtudes de las nuevas tecnologías –la inmediatez, el aumento de la capacidad, la continua renovación de contenidos… las posibilidades, en suma, de un formato no sujeto a las limitaciones del papel--, pero mantiene el mismo espíritu que ha animado a la revista Aula Magna desde sus inicios, hace una década: servir de vehículo de informaciones, de conocimientos, de contraste de pareceres, de la Universidad de Mayores de Extremadura (UMEX).

La versión digital de Aula Magna es una especie de plaza pública en la que será visible lo que merezca celebrarse o discutirse, lo que merezca conocerse más allá del aula, lo que importe a los integrantes de la UMEX tanto en su condición de estudiantes y como de ciudadanos, porque Aula Magna pretende reflejar la realidad de la UMEX, desde conferencias a lecciones magistrales; desde acontecimientos culturales, divulgativos o de ocio a crónicas de viajes de estudios, y de acoger cuantos asuntos sean de interés para los alumnos.

Cada persona matriculada en la Universidad de Mayores está llamada a participar en la elaboración de la revista digital. Todo el mundo puede aportar su experiencia, sus conocimientos y también sus críticas para difundir, con la mayor riqueza de contenidos posible, la realidad de la UMEX.

Los interesados en aportar ideas, elaborar contenidos, reflejar experiencias, pueden contactar con:

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jueves, 31 de octubre de 2013

BARTOLOMÉ DE LAS CASAS. UNA FIGURA POLÉMICA











Tribuna de opinión



Figuras polémicas de la historia



Fray Bartolomé de Las Casas





Por Antonio Rodríguez Muñoz



Fray Bartolomé de las Casas fue un fraile de vocación tardía. Nacido en Sevilla; se ordenó sacerdote hacia los treinta y seis años en la isla La Española (lo que hoy es la República Dominicana), y no fue hasta los cuarenta y nueve años de edad cundo tomó los hábitos de Santo Domingo. Hombre impulsivo de carácter inquieto, luchador infatigable durante toda su existencia; lo que solían llamar nuestros abuelos, un cura de escopeta y perro. Nos lo imaginamos como el prototipo del cura carlista en lo enérgico y temperamental, aunque ilustrado y falto del componente violento y primitivo que presentaban muchos de aquellos curas guerrilleros, y dedicado a una causa más humana. Todos admiramos su genio de incansable batallador que le ocupó toda su dilatada vida en la defensa de la libertad y los derechos de los indios. Hay que valorar como algo muy positivo y loable su vitalidad de incansable viajero a través del Atlántico en su interminable ir y venir de las Antillas a la metrópoli para procurar la implicación de la Iglesia y la Corona en lo que parece haber sido su lucha personal y exclusiva; su porfiar constante contra los que fundamentados en la ley de la selva sostenían que todos los “salvajes” por ley natural junto con sus territorios y sus posesiones, eran propiedad de quienes los descubrían. El dominico Las Casas no sólo tuvo que enfrentarse solo sin más potestad ni asistencia que su moral y su sentido de la justicia contra las autoridades que detentaban el poder civil en las gobernaciones del Nuevo Mundo, si no, contra la propia autoridad eclesiástica de las colonias recién establecidas y también contra el Consejo de Indias, contra letrados y contra todo el que se oponía a los principios morales de la ocupación de un territorio conforme a lo que él sostenía como justo.
En las innumerables diligencias del padre Las Casas para interceder en favor de los indios, iba muchas veces implícita una opinión personal cuestionando la legitimidad de los reyes de Castilla sobre el dominio de las Indias, ya que él no reconocía otro derecho de Castilla para entrar en América, que la evangelización, sin ningún derecho a guerra. Esto por lo que parece no molestaba a nadie; había muchos otros asuntos más importantes por los que preocuparse y casi nadie reparaba seriamente en la opinión del dominico, por más insistente que este se mostrara, y poco a poco en Castilla fueron acostumbrándose a él. En lo referente a los asuntos de América, Carlos V tenía al Consejo de Indias y a un gran número de asesores y consejeros a quienes consultar todas estas cuestiones, y contra fundamentos arcaicos que pudieran no ser válidos, se esgrimían otros más modernos sobre derecho natural y de gentes que validaban el derecho de Castilla al señorío de las Indias. Las Casas también despreciaba en su cándido pensamiento otros títulos legítimos, como son la comunicación y el libre comercio establecido por el derecho natural. No obstante tuvo que resultar desconcertante y debió exasperar enormemente a Las Casas dado su puntilloso sentido de la justicia, como a cualquiera de nosotros nos resulta hoy quinientos años después, la demanda de la que se valían los capitanes expedicionarios como lo tenían ordenado, del aviso hecho formulariamente y en lengua castellana sin la menor validez por la que se declaraba a los indios mediante esos títulos, sin ninguna otra potestad suprema, propiedad del rey de España según se iban conquistando los territorios.
Todos estos conceptos sobre la justicia y el derecho de los indios que Las Casas particularmente tenía, así como todos sus trabajos y desvelos en favor de ellos, los respetamos y valoramos conforme a su sentido de la objetividad y los damos por bien intencionados; pero hay que discrepar seriamente de los libelos y exageraciones de los que se servía para denunciar los métodos de conquista del Nuevo Mundo y que éste célebre varón publicó en contraposición con el sentido común y sobre todo en contra de los intereses y el nombre de España y que sirvieron de subterfugio a sus enemigos para difundir la patraña de la leyenda negra.
El andaluz Las Casas fue un escritor incansable; de hecho estuvo escribiendo toda su vida y ésta fue muy larga para aquel tiempo. Sin la utilidad que su libro “Brevísima Historia de la Destruicción de las Indias” tuvo para los manejos de las naciones adversarias de España en Europa, Las Casas no hubiera pasado de ser más conocido que otro cualquiera de los muchos a los que les dio por escribir de los asuntos contemporáneos de América. El libro carece del mínimo interés literario y es el canon de toda su obra, que representa la insana afectación del amor que siente por los indios; hasta tal extremo lo llevó su pasión por esta causa, que al leer de alguien definirlos como gente de ínfima cualidad intelectual, lo considera él difamación, y a quien lo escribe difamador que incurre en pecado mortal y obligado a restituir el daño. Él en toda su obra difamó a la nación española y ni en un solo momento de su vida pensó que fuese motivo de imputación o que estuviera obligado a restitución; mientras creía que definir la intelectualidad del indio, era pecaminoso. El dominico peca como mínimo de imprudente irresponsable por el perverso uso que hicieron de su libro holandeses e ingleses principalmente, el cual está lleno de absurdas exageraciones e inventadas atrocidades que él esgrime como irrecusable barbarie de los españoles en la conquista de América.
Para los protestantes en plena efervescencia reformista, el libro del dominico tuvo que haber sido un instrumento formidable para difamar al catolicismo; y a los ingleses les vendría de perlas además para resarcirles un poco cuanto menos de la pésima fama de ladrones y criminales sin escrúpulos que se echaron encima capitalizando a su imperio en ciernes con el producto de la piratería y el robo que cometían contra España. Tal vez pensando que al propagar por el mundo la malvada forma de ser de los españoles que Las Casas denunciaba en su libro, quitaría peso ante la opinión pública a su índole de ladrones, al robar a tan inhumana gente. Ellos se lo roban a los indios torturándolos y matándolos y nosotros se lo robamos a ellos; luego, no hay delito, si no, que lo que hay es un acto de suprema justicia. Calcularían ellos.
He aquí otra vez a la fama perpetrando otro de sus innumerables actos de injusticia encumbrando a un simplicísimo hombre a tan alto estado de la celebridad por medio del disparate. Las Casas no hubiera pasado de ser un cura con la rara peculiaridad del gusto por darle a la pluma; pero tuvieron que coincidir la candidez, la imprudencia, la irresponsabilidad y las ganas de notoriedad en tan raro varón, con el oportunismo de esas naciones europeas y sus ansias de venganza, para que se produjera lo absurdo. El padre Bartolomé no pretendía con toda seguridad ninguno de los objetivos que inconscientemente alcanzó, y vino sin quererlo, a ser tristemente célebre para la posteridad en España, por el daño irreparable que hizo a su nación.
En su libro La Destruicción publicado en Sevilla a principio de la segunda mitad del siglo XVI podemos ver lo más negativamente significante de toda la obra lascasiana, que fue lo único suyo de verdadera utilidad para los manejos de la Reforma; lo más difundido en la Europa protestante por servirles con tanta eficacia su poder difamador, dando lugar además, a las más encendidas polémicas desde su difusión.

Propensión patológica del padre Las Casas a la exageración

Todos los que conocen aunque sólo sea algo de la obra de Las Casas, coinciden en admitir que exageraba abultando desproporcionadamente los hechos. Pareciéndole poco lo que otros le refieren, él por su cuenta le echa lo que le parece que queda mejor para impresionar más, deformando disparatadamente las cifras y revistiéndolas de caracteres increíbles, sobre todo cuando pondera la maldad de los españoles calificándolos siempre de criminales sanguinarios “hombres tan inhumanos, tan sin piedad y tan feroces bestias, extirpadores y capitales enemigos del linaje humano” Cuando se refiere a los indios los describe siempre como seres inocentes que: “algunas veces, raras y pocas mataban los indios algunos cristianos con justa razón y santa justicia” Quienes hayan leído algo sobre el principio de las expediciones mandadas a Tierra Firme desde la isla de Santo Domingo donde residía fray Bartolomé, (hay una referencia suya sobre esto que se expone a continuación en sus escritos) sabrá que las expediciones de Alonso de Hojeda y Diego de Nicuesa en dos armadas combinadas con la intención de establecer una colonia en el continente, terminó en fracaso total con el resultado de la pérdida de cerca de 800 vidas de españoles a manos de los “seráficos” indios y sus flechas envenenadas en 1511

El libro “La destruicción de las Indias” comienza describiendo a la isla Española. De ella dice que “estuvo dividida en cinco reinos, uno de los cuales Managuá tiene sobre treinta mil ríos y arroyos, de ellos doce tan grandes como el Ebro, Duero y Guadalquivir. De esos ríos, veinticinco mil son riquísimos en oro. Otro de los cinco reinos, Marién, él sólo, es más grande que Portugal”. Pues bien, no hay más que consultar un buen atlas para saber que la República Dominicana es algo mayor que Extremadura 48.400 Km2 y la otra república Haití es una tercera parte de la primera, mientras que Portugal tiene 88.000 km2 Los doce ríos principales de La Española, se reducen a dos, pero ni mucho menos de la magnitud del Ebro, cosa imposible, dado las pequeñas dimensiones de la isla. De los otros tres reinos no nos da datos geográficos, pero es de suponer que serian (según Las Casas) por lo menos entre los tres, tan grandes como los dos primeros.
El libro entero es un desfile de datos disparatadamente hinchados, tanto si habla de las riquezas de las Indias como cuando describe la maldad satánica de los cristianos. “Comúnmente mataban a los señores y nobles desta manera: Que hacían unas parrillas de varas sobre horquetas y atábanlos en ellas y poníanles por debajo fuego manso, para que poco a poco, dando alaridos, en aquellos tormentos, desesperados, se les salían las ánimas” Y esto otro: “una vez vide que, teniendo en las parrillas quemándose cuatro o cinco principales y señores (y aun pienso que había dos o tres pares de parrillas donde quemaban otros) y porque daban muy grandes gritos y daban pena al capitán o le impedían el sueño, mandó que los ahogasen; y el alguazil que era peor que verdugo, que los quemaba, no quiso ahogallos, antes les metió con sus manos palos en las bocas para que no sonasen, y atizóles el fuego hasta que se asaron de espacio como el quería. Yo vide todas las cosas arriba dichas y muchas otras infinitas” Es de suponer que fray Bartolomé teniendo autoridad moral para impedirlo al estar presente, callaba y asentía ante macabra escena, no siendo por tanto mejor que el propio alguacil que atizaba la lumbre. ¡Qué hombre éste!
Tampoco siente reparos al describir escenas de matanzas de mujeres y niños muy difíciles de creer incluso atribuyéndolas a gente de hace cinco siglos, que en lo que toca a sentimientos humanos como a moral cristiana, es de creer que no podrían ser tan distintos de nosotros. “entraban en los pueblos, ni dejaban niños ni viejos, ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban y hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en sus apriscos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza de un piquete, o le descubrían las entrañas. Tomaban las criaturas de las tetas de las madres por las piernas y daban de cabezas con ellas en las peñas…”

Dominado por una irrefrenable tendencia a la exaltación dice esto otro: “Ya está dicho que tienen los españoles de las Indias enseñados y amaestrados perros bravísimos y ferocísimos para matar y despedazar los indios. Sepan todos los que son verdaderos cristianos y aun los que no lo son, si se oyó en el mundo tal obra, que para mantener los dichos perros traen muchos indios en cadenas por los caminos que andan, como si fuesen manadas de puercos, y matan dellos y tienen carnicería pública de carne humana”

Sobre la despoblación de los territorios por la degollina de los indios a manos de los cristianos dice esto: “De la gran Tierra Firme somos ciertos que nuestros españoles, por sus crueldades y nefandas obras, han despoblado y asolado y que están hoy desiertas, estando llenas de hombres racionales, más de diez reinos mayores que toda España, aunque entre Aragón y Portugal en ellos, y más tierra que hay de Sevilla a Jerusalén dos veces, que son más de dos mil leguas” “Daremos por cuenta muy cierta y verdadera que son muertas en los dichos cuarenta años, por las dichas tiranías e infernales obras de los cristianos, injusta y tiránicamente, más de doce cuentos de ánimas, hombres y mujeres y niños; y en verdad que creo, sin pensar engañarme, que son más de doce cuentos.” (Un cuento es un millón.)

Según el apóstol de los indios, el total de muertes a manos de los conquistadores sumando las cantidades parciales que él da para toda la América hispana a lo largo de cuarenta años es de más de veinticuatro millones. Un solo capitán de las tropas de la gobernación de Panamá, despachó él solito con ayuda de sus hombres (es de suponer que serian como muchos doscientos en total) la increíble cifra de 500.000 sin disponer de hornos ni cámaras de gas. Si los de la “Solución Final” en la Alemania nazi lo hubieran sabido, los habrían declarado gente de una raza superior a la de ellos mismos.
En las 117 páginas que tiene el ejemplar de la edición de La Destruicion que yo tengo, no caben más disparates ni despropósitos. Aunque algo hubo de la injusticia inmisericorde que el dominico nos lega en su testimonio, es por otra parte imposible de creer tan criminal rudeza por varias razones: Aparte de lo horroroso de semejantes prácticas; de la moral y la ética del pensamiento cristiano imperante en aquel tiempo y de la imposibilidad material de hacerlo, está el objetivo y finalidad de matar por matar. Por muy bárbaros que fuesen los cristianos, tendría que resultarles repugnantemente atroz arrebatar un niño de los pechos de su madre para estrellarlo contra las peñas. En todas las expediciones que se organizaban para la conquista del territorio, figuraba siempre como mínimo un sacerdote, además de un escribano, un médico etc. Es de creer que por lo menos el sacerdote que estaba investido de carácter sagrado para los servicios religiosos, representaría alguna autoridad aunque sólo fuese moral, para impedir tanta perversidad como práctica habitual. Luego queda el sentido práctico de la ocupación de un territorio. Si los cristianos asolaban la tierra matando a todos los indios, ¿para que iban a querer los españoles un territorio sin gente? ¿Quién iba a trabajar los campos para siquiera darles de comer? ¿De donde iba a salir el dinero de los tributos?

Ya para terminar, sólo nos queda decir que no quisiéramos atribuir al fraile Bartolomé ninguna carga de mala intención. Aunque sí parece que trata con saña a muchos de los adelantados y capitanes, queremos creer que él actuaba movido por un espíritu justiciero en favor de gente tan desamparada como eran los pobres indios, pero sobre todo, después de leer el capítulo del libro al que nos estamos refiriendo, el que dedica a La Florida, nos asalta la duda cuando trata al pobre Hernando de Soto después de muerto éste, con tanta crueldad y furia diciendo de él: “Y así, el más infelice capitán murió como malaventurado, sin confesión, y no dudamos sino que fue sepultado en los infiernos, si quizá Dios ocultamente no lo proveyó, según su divina misericordia y no según los deméritos dél, por tan execrables maldades.”
No está bien hablar así (y menos un fraile) de un hombre que murió tan lejos de su patria, a quien no se le pueden achacar execrables maldades y que además murió pidiendo perdón. A lo que parece, tal vez por estas cosas suyas, el fraile se quedó solo en su defensa de causa tan piadosa; sospechamos que por la carga de fanatismo que en gran parte lo movía. Seguramente la mayor parte del conocimiento de los hechos de la conquista, le serian facilitados por informes de otros, puesto que él no podía desplazarse desde la Española, a partes tan lejanas como Río de la Plata, Perú o México, y que tuvo por fuerza que recibir toda clase de información, buena, menos buena y mala; sin embargo él en ningún momento deja de referirse a sus paisanos los conquistadores, como viles, sanguinarios, perversos matadores, violadores, tan sin escrúpulos, gente infernal, crueles, etc. etc. Y por fuerza tuvo que haber habido también algunos buenos. Así que sospechamos que debido a su fundamentalismo encendido, fueron todos alejándose de él, dejándolo solo para eludir  los conflictos, como si se tratase de un apestado.





































































































 
 

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