Descripción


Presentación de la revista digital de la Universidad de Mayores

Esta es la versión digital de la revista Aula Magna, una publicación que aprovecha las virtudes de las nuevas tecnologías –la inmediatez, el aumento de la capacidad, la continua renovación de contenidos… las posibilidades, en suma, de un formato no sujeto a las limitaciones del papel--, pero mantiene el mismo espíritu que ha animado a la revista Aula Magna desde sus inicios, hace una década: servir de vehículo de informaciones, de conocimientos, de contraste de pareceres, de la Universidad de Mayores de Extremadura (UMEX).

La versión digital de Aula Magna es una especie de plaza pública en la que será visible lo que merezca celebrarse o discutirse, lo que merezca conocerse más allá del aula, lo que importe a los integrantes de la UMEX tanto en su condición de estudiantes y como de ciudadanos, porque Aula Magna pretende reflejar la realidad de la UMEX, desde conferencias a lecciones magistrales; desde acontecimientos culturales, divulgativos o de ocio a crónicas de viajes de estudios, y de acoger cuantos asuntos sean de interés para los alumnos.

Cada persona matriculada en la Universidad de Mayores está llamada a participar en la elaboración de la revista digital. Todo el mundo puede aportar su experiencia, sus conocimientos y también sus críticas para difundir, con la mayor riqueza de contenidos posible, la realidad de la UMEX.

Los interesados en aportar ideas, elaborar contenidos, reflejar experiencias, pueden contactar con:

Antonio Tinoco: atinocoardila@gmail.com
Antonio Medina: casacastillo1@telefonica.net
Antonia Marcelo: a.marcelo.garcia@hotmail.es
José Manuel Cordero Paniagua: jomacorpa@hotmail.com
Ramón Brito: rabrigo@hotmail.com
Andrés Sánchez Maján: asmajan51@gmail.com
Antonio Rodríguez Muñoz: rodmunnio@hotmail.com
Antonia Gómez Serrano: pilargs57@gmail.com

miércoles, 19 de marzo de 2014

PREGÓN DE PRIMAVERA EN LA SOCIEDAD ECONÓMICA DE AMIGOS DEL PAÍS

PREGÓN EN LA SOCIEDAD AMIGOS DEL PAÍS

LA PRIMAVERA, PROTAGONISTA DE LAS REVOLUCIONES DE LOS PUEBLOS

La escritora Mila Ortega Rodríguez repasó los levantamientos populares más señeros que han tenido lugar coincidiendo con esta estación del año



                                                                                                      María Antúnez Trigo hizo de coordinadora

Por Antonia Marcelo*

El pasado lunes 17 de marzo tuvo lugar en la Real Sociedad Económica Extremeña de Amigos del País (RSEEAP), el Pregón de Primavera que corrió a cargo de la Jefa de la Unidad de Coordinación contra la Violencia de la Mujer Mila Ortega Rodríguez, quien fue presentada por el escritor y poeta José Manuel Sito Lerate, siendo coordinado el acto por María Antúnez Trigo.
La conocida RSEEAP se encuentra ubicada en la C/ San Juan nº1 de Badajoz y es la corporación privada más antigua de Extremadura. Fundada el 6 de Julio de 1816, partiendo de bases culturales, está próxima a cumplir los 200 años, contribuyendo con ello al fomento y desarrollo de la ciudad y su provincia.
A lo largo de su historia ha creado Cátedras, Institutos, Cajas de Ahorros y Centros de Enseñanzas, colaborando con la cultura, abriendo su casa para multitud de actos como en 1969 para las representaciones teatrales del grupo PAX, al que tuve el privilegio de pertenecer. En la actualidad está presidida por Francisco Pedraja Muñoz, de sobra conocido en todos los ámbitos culturales, y sobre todo en el campo de la pintura y la Universidad.

                                                                                                  José Manuel Sito Lerate hace la presentación de la pregonera

José Manuel Sito hizo la correspondiente presentación de Mila Ortega, a la que definió como escritora, haciendo un pequeño historial de la trayectoria que les ha unido desde sus tiempos de estudiante en Madrid, a la coincidencia de sus actividades e inquietudes artísticas como componentes de grupo de teatro Búho Real. Habló de su intervención en el prólogo del Vuelo de la Palabra del que entresacó las palabras “escriban y lean o lean y escriban para despertar conciencias". Recitó José Manuel a continuación el poema titulado “Las mujeres de Cabul”, tan cercano al trabajo que ella desempeña.
La escritora ha recitado en el Ateneo de Madrid, participado en multitud de círculos literarios, representaciones en el Ateneo, Café Victoria y otros. Escribe en la sección “Plaza Alta” del periódico Hoy.



                                                                                          Mila Ortega en un momento de su intervención

Milagrosa comenzó su disertación haciendo cómplice a la primavera de sus referencias mitológicas a la diosa Flora, como símbolo de renovación de la vida. Historias de revoluciones que han coincidido con ella, la Primavera de los Pueblos en 1848, como primera revolución mundial formada por trabajadores que no tenían conciencia de clase, la Primavera de Praga de 1968 que no quería someterse al poder de la URSS y que concluyó con la obtención de diversas libertades y la expulsión del líder de la revolución y, que a la vez, coincide con el Mayo Francés, contrario a la sociedad de consumo, revolución secundada por nueve millones de trabajadores con su eslogan famoso de la “imaginación al poder”. Más cercana está la Revolución de los Claveles en Portugal bajo el gobierno de Salazar donde le dio nombre el acto de Celeste, una camarera que circulaba con los claveles en la mano y que le ofreció a los soldados para que pusieran en el cañón de sus fusiles, terminando con ello más de 40 años de dictadura. La Primavera Árabe que empieza en 2010 con el alzamiento civil en Túnez y Egipto. La Revolución de las Rosas en Georgia, o la de los Tulipanes que tuvo lugar en la república asiática de Kirguistán, todas ellas con nombre de flores. La primavera -dijo-es la época del año que ofrece mayor revulsivo en todos los ámbitos. A continuación nos presenta escenas tanto poéticas como visuales con referencias a la primavera de los más representativos poetas extremeños desaparecidos, como Valhondo, Pacheco y Lencero y a otros con  oficio de poeta, de Neruda en su exaltación de la primavera que dice "quiero hacer contigo, lo que la primavera con los cerezos. Podéis cortar todas las flores, pero no podréis cortar la primavera".

                                          Emilio González Barroso presentando al grupo musical
Termina este acto de exaltación a la primavera Emilio González Barroso, profesor e investigador de música, presentando al Cuarteto del Conservatorio de Música que interpretaron Cuarteto nº 1 en Sol Mayor de Mozart.
* Alumna de 5º UMEX




















lunes, 17 de marzo de 2014

EL ACIAGO EPISODIO DE DOÑA INÉS DE CASTRO








El aciago episodio de Doña Inés de

Castro



Por Antonio Rodríguez Muñoz



El año pasado, en Talleres de la UMEX iniciamos las clases de primer curso de lengua portuguesa con una joven profesora que con su profesionalidad y un alto sentido del trabajo bien hecho, pronto nos interesó a todos en la  materia que imparte. Durante los días que duró el curso no sólo nos enseñó el idioma, sino que también nos instruyó en su aspecto filológico,  así como en  nociones sobre cocina portuguesa y otras cuestiones inherentes al modo de vida y costumbres del país hermano. Este año en Talleres, hemos iniciado el segundo curso de portugués con la suerte de volverla a tener como profesora. Ella tiene la rara habilidad de seducirnos con el amor que pone en su labor. Se llama Susana Alves.Con ella hemos descubierto la gran utilidad del idioma portugués para la literatura y la poesía.
Un día la lección consistió en la lectura y después el comentario del trágico episodio de don Pedro de Portugal y doña Inés de Castro, y aquí pudimos conocer el apasionamiento que los portugueses sienten por este acontecimiento de la Historia. Ellos, que siempre mostraron cierta reticencia a las uniones matrimoniales de sus reyes con princesas españolas, -de ahí lo de: “de Espahna ni bom vento ni bom casamento”- sin embargo están encantados con esta unión entre el infante portugués y la noble dama de Castilla que dio lugar a uno de los más bellos y trágicos romances de la Baja Edad Media. Tuvimos la impresión de que todos ellos aman apasionadamente la figura de esta exquisita mujer, tal vez por encarnar con  su juventud y belleza al más genuino emblema de la inocencia,  a la vez que representar para el pueblo llano con el proceso llevado a cabo por su marido contra sus matadores, el más supremo acto de justicia  contra la omnipotente y odiosa nobleza de aquel tiempo. Y de esta observación, nació el propósito de escribir  sobre este trágico drama medieval como algo que puede ser de interés para los lectores de Aula Magna.

Inés en la casa del infante don Juan Manuel

Poco se conoce de doña Inés de Castro hasta que la hallamos en la casa de su allegado el infante don Juan Manuel.Viviría probablemente su infancia en Galicia, aunque no hay datos de su existencia hasta que la encontramos incorporada a la casa de este ilustre personaje.

Don Juan Manuel era de regia estirpe: nieto, sobrino y primo de reyes, bravo hombre de armas, intrigante político y excelente escritor que nos dejó una docena de libros –algunos perdidos- de gran valor, sobre todos ellos el titulado “Libro del Conde Lucanor”,que dio lugar  en Europa al nacimiento de la novela. En este libro, en el “Enxiemplo XLV” “De lo que aconteció a un mancebo el día que se casó”, hallamos  el relato que propició junto con el falso Quijote de Avellaneda los dos más famosos plagios de la literatura europea. La obra de don Juan Manuel fue plagiada tres siglos después de haberla escrito, nada menos que por Shakespeare que se sirvió de ella para escribir su obra “The Taming of the Shrew.” Este gran varón del medioevo reunía en su persona las condiciones más insignes para ser considerado como ejemplo de la  más alta valía  por concurrir en él las cualidades de bravo guerrero, varón de estirpe noble y  hombre de letras.

Al amparo y protección de tan magnánimo señor, creció y se educó doña Inés como dama de compañía de doña Constanza, hija de don Juan Manuel. Al lado de Constanza tuvo Inés la más exquisita educación para una dama noble de aquel tiempo. Junto a ella aprendió letras, música, labores,  el arte de la cetrería y todo lo propio para la formación de una dama destinada a ser un día la esposa de un alto varón.

Doña  Constanza, pieza clave en los manejos de su padre


Doña Constanza, como cualquier dama de su alcurnia, estaba sujeta a ser utilizada como otra pieza más que su  padre el infante  tuvo que mover en el tablero de los  manejos del tejer y destejer de la azarosa política entre los reinos peninsulares. En uno de esos acuerdos que hizo con el rey Alfonso XI, se concertaron las bodas de este rey con doña Constanza. El rey, antes de los esponsales, cambió de opinión y se prometió con una infanta portuguesa más ventajosa: doña María de Portugal. Pero don Juan Manuel no era hombre dispuesto a tragarse ese sapo y en el mismo tablero movió ficha y acordó las bodas de doña Constanza, esta vez con el infante don Pedro, hijo y heredero del rey Alfonso IV de Portugal, acuerdo muy ventajoso también para las maniobras de don Juan Manuel.

Doña Constanza, ante la perspectiva de verse sola en tierra extraña aunque fuese a ser un día soberana de ese reino, suplicó a Inés que no se separase de ella. Y un día emprendieron el viaje hacia tierras lusitanas desde el castillo de Peñafiel. A su llegada a Portugal, la comitiva castellana con doña Constanza a la cabeza y acompañada de su inseparable amiga, fue recibida por la nobleza portuguesa, liderada por el gallardo infante don Pedro.

En el mismo instante del encuentro, al infante le bastó una furtiva mirada para quedar hechizado, traspasado de amor por la mujer que el destino le había cruzado en su camino. Pero no fue por doña Constanza, fue la blancura de la tez de Inés, el rosa puro de sus mejillas, la nitidez de sus azules ojos, su exquisito talle, el suave gesto y su angélica apariencia lo que hizo que don Pedro sintiera todo su ser invadido por una fuerza subyugante en el más apasionado sentido, desde el momento del encuentro. A don Pedro la poderosa fuerza atractiva que Inés ejercía sobre él, le era incontrolable. Se sentía tan  cautivado que tuvo que hacer un terrible esfuerzo para no desatender a su prometida doña Constanza.

Dividido entre el amor y la obligada lealtad conyugal


 Don Pedro nunca apartó los ojos de doña Inés. Ella se sentía acosada por él. No sabemos cuánto tiempo duró este acoso ni cuánto la resistencia de ella. Don  Pedro era un hombre casado con la mujer a quien Inés debía lealtad y respeto. Inés se sintió perdida cuando el asedio de don Pedro arreció. Presentía su desgracia, y todo se le volvió crudo e inhumano; todo menos el amor que aquel hombre enajenado sentía por ella. O puede que se rindiera ante la inútil lucha contra aquella corriente impetuosa que ella también sentía. Hubo notas insistentes, complicidades de amigos, encuentros furtivos… hasta que un día por fin Inés fue más débil y don Pedro más atrevido y más loco. El caso fue que ella, aunque tal vez resistiéndose a aquel amor, se convirtió en amante de don Pedro. Por más que procuraron la clandestinidad de su amor, el secreto pronto llegó a oídos de doña Constanza. Ella, confiada o incrédula, tardó en aceptarlo. Quizá advirtiera la doble traición de su marido y su otrora fiel amiga, pero como la ascendencia de su noble sangre le dictaba, prudentemente calló, concibió y tuvo su primer hijo. Pero el niño murió a los pocos días.

Mientras tanto el amor indestructible de doña Inés y don Pedro seguía ardiendo en vivas llamas entregados el uno al otro abandonados a sus sentidos. Eso no impedía al infante cumplir con las obligaciones conyugales necesarias  con doña Constanza, y esta tuvo a su segundo hijo. Esta vez dio a luz a un sano varón que vivió, creció y llegó a ocupar el trono, pero la madre murió a resultas del parto sin haber perdonado ni tampoco haber reprochado nunca a Inés su traición.

Los juglares siempre fantasiosos y subliminales cantaron por todo el reino la pena del infante por la muerte de Constanza, pero no hay pena ni congoja por más honda que pueda ser que el tiempo no evapore; el dolor de don Pedro si es que lo hubo, no duró mucho. Acabados los duelos oficiales, don Pedro se llevó a Inés para ocultar su amor a un palacio en Coimbra y tomó la determinación de casarse con ella en secreto. Tan hondo era el amor que sentía por aquella deidad de dorados cabellos, que quería dotar a su amada de toda la autoridad que le permitiera  sentarla un día de su mano junto a él en el trono como reina de Portugal.

Los esponsales tuvieron lugar reservadamente  en Braganza ante un reducido grupo de amigos. Bendijo la unión el obispo de Guarda y quedaba así mediante este sacramento lavada la culpa, y consagrado un amor que no tuvo fin. Quedó sosegada Inés en el plácido letargo de su espíritu, como si su alma hubiese sido liberada de un infierno al que su otrora adúltera unión con don Pedro la había tenido sometida y en esa dulce calma se abandonó a sus ilusiones.

Proyecto de boda del rey Alfonso IV para el infante don Pedro con una infanta de Navarra

El rey don Alfonso IV, cargado de años, estaba obsesionado con la seguridad de la sucesión al trono, y un sólo heredero, el hijo de doña Constanza, no bastaba. En aquellos tiempos nada podía asegurar la vida de una criatura; cualquier mala influencia de un aire podía apagar una vida en sus tiernos comienzos como un soplo de viento apaga la llama de una vela. Y de esa preocupación del rey nació el pensamiento de un nuevo matrimonio para  don Pedro. El rey trató la boda de su hijo con una infanta de Navarra, doña Blanca; una firme baza para sus planes contra Castilla. Don Alfonso no era ignorante de que su hijo tenía en Coimbra a doña Inés, pero no sabía más, al fin y al cabo, a un futuro rey no le podían estorbar sus amantes, e ignorando el compromiso de Inés y Pedro continuó las negociaciones con Navarra.

Cuando doña Blanca llegó a Lisboa fue recibida con la ciudad engalanada para nuevas nupcias. El rey creyó lograda con éxito su jugada política, pero el infante rechazó la razón de estado de su padre y no hizo acto de presencia.  Sin dar la cara escurrió el bulto y pretextando tener otros asuntos abandonó la ciudad sin querer saber que aquellas fiestas eran las de sus propios esponsales. Doña Blanca, educada para soportar estos desaires y obedeciendo a razones políticas, soportó el menosprecio durante meses, hasta que su paciencia llegó al límite. Aún sabiendo que estaba forzada al servicio de supremos intereses, acabó quejándose al rey. Don Alfonso, apremiado por las quejas de la de Navarra, inquirió a su hijo y este no tuvo más remedio que confesar el capital impedimento de aquella boda: la suya con doña Inés.

La ira del rey


Alfonso montó en cólera, se sintió ultrajado pero en ningún modo vencido. El soberano pensó que lo de don Pedro y doña Inés podía arreglarse. Sería cuestión de tiempo, de poco tiempo, conseguir que el Papa invalidara ese matrimonio y se puso manos a la obra. Por de pronto mandó encerrar al obispo de Braga, ya que pensaba que la cabeza del prelado sería la garantía de todo éxito en esta maniobra. La infanta doña Blanca, a todo esto, se había vuelto a Navarra harta de tanto plantón.

El encierro del obispo de Braga no era muy seguro, ya que logró escapar y salir del reino camino de Roma, donde pensaba ante el mismo Pontífice confirmar la legalidad del enlace de los dos enamorados a la vez que denunciar al mismo Papa el sacrilegio de su prisión, las amenazas y el intento de asesinato por decisión del rey Alfonso. Este, ante la fallida artimaña de la anulación del matrimonio de su hijo, buscó por otros medios terminar con esa unión, y encontró el modo de hacerlo en el ofrecimiento de sus caballeros más próximos: Diego Lopes Pacheco,  Pedro Coelho y Alvar Gonzales, fueron llamados a consulta y los tres se ofrecieron al rey para la solución. Fugado el obispo y no pudiendo tomar represalias contra don Pedro, no había más que una víctima, esta no era otra que Inés y contra ella no cabían composturas, ni destierros, ni prisiones ni conventos. 

La tragedia de Inés


Los tres “caballeros” del rey, Coelho, Alvar Gonzales y Pacheco, muy dispuestos y determinados a brindar al rey la única solución posible, volvieron a ofrecerse, y bastó la inhibición del monarca diciendo: “en vosotros me salvo, Dios me salve” para dejarlos hacer. Les faltó tiempo para cabalgar hasta donde dormía Inés y traspasar con sus puñales aquel cuerpo de alabastro. Allí quedó Inés sin vida, desangrada por las innumerables heridas. El infante recibió la amarga noticia y corrió al encuentro de lo que quedaba de su idolatrada esposa. Don Pedro, abrazado al cuerpo inerte y frío de Inés, lloró de desesperación y, contemplándola con infinita ternura, juró ante Dios tomar venganza y coronarla un día Reina de Portugal.

El infante se alzó en armas contra su padre a quien consideró su peor enemigo, y cabalgando con tropas leales, desde el Miño avanzó hacia el sur. Tomó la ciudad de Oporto y al mando de sus tropas se dispuso después a tomar Lisboa. El Rey, ante el impetuoso avance de su hijo, vio todo el reino devastado, sus hombres  prisioneros, muertos o pasados al bando contrario y tuvo que pedir treguas. Poco después, el viejo Rey, agotado por tantas adversidades, murió. Pacheco, Alvar Gonzales y Coelho, quienes por la causa del rey habían vertido la sangre de la inocente Inés, viéndose sin la protección real y con sus propiedades asoladas por Pedro, huyeron a Castilla para salvar cuanto menos la vida.

El obispo de Braga había vuelto de Roma con una bula del Papa proclamando la legitimidad del matrimonio de Pedro e Inés. Cumplido este objetivo, el infante pasó al otro asunto todavía sin resolver: las cuentas pendientes con los asesinos de su diosa. Los tres vivían bajo la protección del rey de Castilla, Pedro I El Cruel – para otros El Justiciero-.  Ciertos miembros de la nobleza castellana, enemigos del rey Pedro I de Castilla que habían pedido asilo en Portugal, fueron reclamados por este al ya proclamado Rey de Portugal, también llamado Pedro I. Hubo negociaciones y el portugués consiguió el canje de los castellanos por los asesinos de su esposa. Perdió un hombre en el trueque, Pacheco, quien avisado a tiempo logró huir a Francia disfrazado de mendigo.

Ante la supervisión del Rey don Pedro se dio tormento a los dos reos, quienes confesaron haber matado a Inés por requerimiento del rey Alfonso. La sentencia fue terrible. En un patíbulo levantado en la plaza mayor de la localidad, para que nadie pudiera perderse el espectáculo, Pedro les hizo arrancar el corazón a ambos, a Coelho por el pecho y a Alvar Gonzales por la espalda. Luego sus cadáveres fueron quemados y sus cenizas dispersadas al viento.


La macabra ceremonia de la coronación


 Quedaba sólo un último trámite: el cumplimiento de la promesa hecha por Pedro ante el cadáver de Inés de ser coronada reina. Convocadas las Cortes, declaró el Rey su voluntad de que el cuerpo de Inés fuese sacado de su  tumba en el convento de Santa Clara, fuese vestido con galas de reina, fuese coronada y sentada en el trono junto a él. Y cuando hubieron colocado en el trono el putrefacto cuerpo, mandó a toda la Corte besar la descarnada mano de Inés en señal de acatamiento como soberana de Portugal. Después de cumplida esta obediencia, fue colocado el cadáver en una carroza real y llevado al monasterio de Alcobaça, acompañado de lo más granado de la nobleza, las damas vestidas de negro y los caballeros cubriendo sus cabezas con capuchón en señal de duelo, acompañando la comitiva cien mil hachas encendidas portadas por hombres del pueblo, a lo largo del camino.

Inés reposa desde entonces en el monasterio de Alcobaça, dentro de un prodigioso mausoleo esculpido en mármol por mandato de su esposo. Y allí esperó la llegada de su amado Pedro, donde otro fastuoso mausoleo le estaba esperando junto a ella.

PERSONAJES POLÉMICOS DE LA HISTORIA: CRISTÓBAL COLÓN (3ª y última parte)


Cristóbal Colon


Tercera y último parte


 Isabel y Fernando no iban a consentir que nadie les impusiera condiciones.  Ellos eran conscientes de la algo iluminada fantasía del italiano, y en todo caso los términos que fijaban el contrato quedaban supeditados a que el navegante llegara a las costas de Asia, en cuyo caso las inmensas riquezas que se derivarían como  consecuencia compensarían con creces al Estado.  De haberse llevado a efecto el cumplimiento literal del compromiso, el genovés se hubiera convertido en una especie de señor feudal con tanto o más poder que el propio Estado. Los reyes no podían consentir el advenimiento de un competidor del poder real después de haber combatido y derrotado en cruenta lucha al omnipotente y secular poder de la nobleza castellana, centralizando el poder y eliminando sus aspiraciones políticas en la guerra civil por la sucesión al trono; de modo que la real pareja se limitó a dar el visto bueno.

 Lo que ocurrió después es archiconocido. Posiblemente sea este acontecimiento del Descubrimiento de América el episodio más conocido de nuestra historia, la epopeya que más nos subyuga y exalta, tal vez por las connotaciones de temeraria y fantástica aventura que envuelve y que aquellos hombres llevaron a cabo con desprecio de sus vidas,  adentrándose  en el desconocido y tenebroso Atlántico de aquel tiempo. Acontecimiento muchas veces idealizado en versiones pueriles, coloreadas, y eximidas de las miserias que enlodaron la excelsa obra del Descubrimiento,  y que acontecieron motivadas por la ancestral esencia y modo de ser del hombre; aunque en definitiva el hallazgo  fuese un acto sublime de extraordinarias  consecuencias para el mundo. Pero hay que situar los hechos en su verdadero contexto.

 Sobre esto último del párrafo anterior, hay que señalar, otro hecho propio del Colón enigmático. Se trata de una de las acciones más incoherentes que el almirante llevó a cabo en toda su vida: en su segundo viaje navegando por el Caribe, había decidido el Almirante  bordear la isla de Cuba para determinar si era isla o península. Encontrándose la flota en el extremo oriental de la isla, la tripulación quería volver a La Española y estaban a punto de amotinarse ya que Colón se empeñaba en seguir adelante aún con el crítico estado de los barcos, mal encarenados, con las velas y jarcias medio podridas, los víveres enmohecidos y los hombres desmoralizados y exhaustos. Cediendo a las presiones de estos, Colón decidió volver a la isla base, perdiendo así la ocasión de descubrir el continente al estar tan próximos a tierra firme. Colón, antes de dar la vuelta,  obligó a la tripulación a prestar juramento por escrito de que estaban en la tierra firme de las Indias, es decir, en Asia. Comprometiéndose todos a no decir nunca lo contrario  bajo pena de ser severamente castigados. Y Colón se las arregló para persuadir a los más reticentes a jurar.

 No es concebible que Colón creyese que Cuba era Japón, ni que más allá al Oeste se encontraban las tierras del Gran Khan. Todo hace pensar que el genovés temía espantosamente perder todas las prerrogativas conseguidas de los Reyes al abandonar estos la empresa por falta de interés, y eso debió trastornarlo mucho para pretender que semejante farsa sin haber encontrado aún el camino que conducía a la India, fuese a surtir efectos positivos y duraderos; y desde este momento todo en la vida del almirante se complicó y degeneró. Todo su sueño parecía venirse  abajo estrepitosamente. El gobierno del virreinato se le estaba yendo de las manos con consecuencias previsiblemente desastrosas para la colonia. Durante la  ausencia del Almirante de la isla La Española, algunos españoles habían cometido toda clase de excesos y barbaridades contra los indios. Como consecuencia,  la población indígena se declararó en  guerra, y tan deteriorada estaba la situación que a los indios era  ya imposible ganarlos  por medios pacíficos. Colón dio como respuesta la orden de castigarlos, y este acto fue el pistoletazo de salida que dio comienzo al episodio más oscuro y vergonzoso de la colonización de América, no solamente por las injusticias cometidas contra los indios y contra los propios colonos, sino por permitiir y algunas veces amparar las autoridades a una casta de oportunistas y gente sin escrúpulos  que campaban a su antojo por la colonia buscando el enriquecimiento inmediato por los medios que fuesen y cometiendo toda clase de atropellos.

 Los Reyes Católicos tenían ya conocimiento de los graves hechos ocurridos y en medio de este desconcierto llegaron naves de España. En ellas venía un portador con una orden de los Reyes para Colón de presentarse  ante la Corte a declarar sobre lo ocurrido con los súbditos de la Reina, (los indios y los colonos), que Colón presentaría como acto defensivo a los ataques de los bárbaros indios, cuando en realidad fue un acto defensivo de estos ante las barbaridades cometidas por los españoles. En defensa de los colonos hay que decir que ante la seria situación de desorden y caos que se vivía en la colonia, muchos, completamente desmoralizados, optaron por abandonar las tierras, volver a España y olvidarse de las malditas Indias.  

 Las graves acusaciones y cargos que pesaban contra Colón, elevadas por sus detractores ante el Consejo Real, no habían dejado indiferentes a los Reyes, y estos  habían mandado una especie de comisario real a investigar las causas del desorden en la colonia, con potestad para interrogar y tomar declaración a los habitantes de la isla. Esto suponía un grave menoscabo de la soberanía y autoridad del virrey, a lo que Colón respondió en un violento enfrentamiento contra el enviado real. Éste perseveró en su cometido,  cumpliendo a rajatabla el mandato de los Reyes, y Colón sintió desde aquel momento que empezaba a perder el favor de la real pareja. En marzo de 1496 emprendió el viaje a España para defender personalmente su causa ante los Reyes.

 Colón consiguió rebatir hábilmente ante los Reyes todas las acusaciones. No obstante, el entusiasmo inicial por el descubrimiento de la nueva ruta a las Indias había decaído, puesto que las esperadas riquezas que prometía el Almirante no habían sido halladas. Como consecuencia directa, el interés del capital privado en la colonización también había declinado y hubo que esperar dos años para el apresto de una nueva flota en la que Colón emprendió su tercer viaje.

 Durante la larga ausencia de Colón de La Española no se había restablecido el orden ni no se había normalizado el abastecimiento de los productos más necesarios. La propagación de la sífilis por la colonia estaba causando estragos y se había producido una nueva revuelta por parte de los colonos contra los hermanos Colón, Bartolomé y Diego, a quienes el almirante había dejado al mando en el gobierno durante su ausencia. Ante el estado de las cosas en la isla, Colón no supo qué hacer y se le ocurrió pedir ayuda a los Reyes solicitando le enviaran un juez que restableciera la paz en el virreinato. Pero ya la real pareja había tomado la decisión de relevar a Colón en la administración y gobierno de las Indias.

 A comienzos de 1499  Francisco de Bobadilla fue nombrado juez supremo y enviado a La Española por los Reyes con el mandato de restablecer el orden y destituir al virrey. En agosto llegó a la isla cuando los hermanos Colón se encontraban inmersos en la represión de otra revuelta de colonos agraviados. La llegada del juez no pudo ser más tétrica, al contemplar él mismo el macabro espectáculo de siete cuerpos de colonos que habían sido ahorcados por orden de las autoridades, y que todavía pendían de las cuerdas balanceándose al viento en el patíbulo. En la cárcel todavía esperaban cinco colonos más para sufrir la misma pena. En ausencia Bartolomé Colón, gobernador interino que andaba a la búsqueda de rebeldes por la isla, el mando en la ciudad estaba en manos de su hermano Diego. El  juez le requirió  la entrega de los cinco reos, a lo que Diego se negó. Bobadilla, sin dudarlo ni un instante, mandó detenerlo y acto seguido ocupó el palacio del virrey. Poco después también fueron  apresados el virrey Cristóbal Colón y su hermano Bartolomé, que fueron encarcelados junto con Diego en la prisión de la isla, y a comienzos de 1500 fueron mandados los tres a España para ser juzgados ante un tribunal.

 Colón supo rechazar con habilidad todos los cargos que pesaban en su contra. Salió airoso del proceso, pero había perdido ya el favor de los Reyes. Todos sus cargos y privilegios en las Indias les fueron retirados, conservando sólo el titulo de Almirante junto con algunos derechos económicos en empresas del Caribe, y en septiembre de 1501 fue hecho público el nombramiento de un nuevo gobernador de La Española en la persona de Nicolás de Ovando, con lo que los privilegios de Colón quedaban oficialmente retirados. Aunque estuvo pleiteando porque le fueran restituidos, gastó todas sus energías y su vida luchando por ellos en vano.

 Isabel y Fernando solían decir que Colón era mal gobernador pero buen marino, y fueron benévolos con él al restituirle en el nombramiento de Almirante y aprestarle tres nuevos barcos con los que realizó su cuarto y último viaje. Empeñado aún en  hallar una ruta occidental hacia las Indias más allá del mar que se extendía al Oeste de Cuba, se topó con el continente americano creyendo haber llegado a las costas de Asia, y murió sin llegar a saber que había llegado a un inmenso mundo todavía más rico que Asia,  aún desconocido.

 Fin




  

    



  

PERSONAJES POLÉMICOS DE LA HISTORIA: CRISTÓBAL COLÓN (2ª parte)


Cristóbal Colón



2ª parte


El reino de Portugal había empezado ya sus exploraciones costeando progresivamente África y estableciendo colonias comerciales cada vez más al Sur, hasta el Golfo de Guinea para poco después alcanzar El Cabo. Esta ventaja la supieron aprovechar con buena fortuna sus  acertados reyes. Tras Portugal en la aventura descubridora, iría felizmente Castilla  con la iniciativa de los mejores reyes que conoció su historia.

Acertó entonces Colón al poner sus ojos en la aventajada Portugal buscando fortuna. El comercio con las colonias de África estaba proporcionando magníficas  oportunidades a burgueses comerciantes y marineros,  facilitando a la vez la oportunidad de subir en la escala social de Lisboa a todo el que ambicionara, como Colón, un alto rango en la comunidad  mediante el  ascenso profesional y económico. Poco después de su establecimiento en la ciudad a orillas del Tajo lo encontramos navegando en una nave que traficaba desde Portugal a Inglaterra e Irlanda. En uno de sus libros nos deja constancia de un curioso acontecimiento acaecido en uno de estos viajes. Alude a dos náufragos, un hombre y una mujer de rasgos orientales, con los que se encontraron en aguas de Irlanda flotando en una almadía, arrastrados por la corriente. Admitiendo la hipótesis de que fuesen náufragos procedentes de América, la anotación de este incidente es interesantísima y  deja traslucir que ya en su pensamiento Colón albergaba la idea de  poder llegar al Oriente por el Oeste. Idea que tiempo atrás en uno de sus viajes a las Azores empezó a gestarse  en su cabeza al oír de labios de un náufrago de Huelva la revelación de la existencia de una lejana isla en mitad del Atlántico.

Colón escuchaba con interés toda clase de relatos fantásticos referidos a lejanas tierras más allá del horizonte. No se podía acotar la imaginación de la gente y cada vez  eran más abundantes esta clase de bulos. De entre las leyendas que circulaban entonces por Europa la más relevante en este contexto es la del Preste Juan, un poderoso  rey de reyes cristiano que gobernaba un reino de incalculables riquezas del que se desconocía su situación geográfica. Tanta fuerza tomó este infundio que el mismo rey de Portugal Juan II pensaba establecer alianza con el supuesto poderoso monarca para entablar lucha contra el Islam, el peor enemigo del comercio luso. Cuando se localizó ese reino en la costa oriental de África,  mandó este rey una expedición a su encuentro. Después de varios fracasos en la tentativa de establecer contacto con el mítico soberano, en 1520 en una embajada encabezada por D. Rodrigo de Lima, se logró la comunicación con el legendario Preste Juan, el cual resultó ser el soberano de la humilde Etiopía.

Así mismo, después de descubiertas Las Islas  Canarias, Cabo Verde, las Madeiras y las Azores, despertó de su letargo con inusitado ímpetu la antigua leyenda de La Atlántida en su versión hispana, la cual contaba que después de la invasión árabe de la Península Ibérica siete obispos (he aquí otra vez el misticismo de los números) navegando en su huida hacia el Oeste por el Atlántico, recalaron en una isla en la que fundaron siete ciudades. En algunos mapas del siglo XVII todavía se señalaba la posición de esta fabulosa isla. Portugal emprendió varios intentos (especialmente bajo el reinado de Juan II) de dar con ella, obviamente sin éxito.  

A principio de 1480, la idea de alcanzar el Oriente navegando hacia el Poniente se instaló firmemente en la cabeza del navegante. Colón estaba en posesión de muchos conocimientos sobre cartografía y astronomía. Desde que aquella obsesiva idea se instalara en su cerebro, se dedicó al estudio sistemático de toda la literatura que se generó sobre estos conocimientos desde tiempos de Ptolomeo. Había estado reuniendo toda la información que pasó por sus manos sobre rutas marítimas y toda la documentación sobre viajes a la que tuvo acceso, y como autodidacta accedió en consecuencia a un saber que definitivamente confirmó su teoría de que no solo se podían alcanzar Las Indias por un camino más corto y directo navegando hacia el Oeste, si no que, siendo la Tierra redonda, podía alcanzarse Asia por Oriente tanto como por Occidente, y de igual modo navegando lejos y siempre al Este indefectiblemente se habría de volver por Occidente y en el camino descubrir nuevas tierras. Obviamente, en la simple cosmovisión de aquel tiempo, nadie contaba con el continente americano puesto en medio del océano bloqueando el paso.

Después de la muerte de su esposa, presumiblemente de parto en el alumbramiento de su hijo Diego, con todo este bagaje de conocimientos y con su niño, marchó Colón para Lisboa con la determinación de ofrecer su proyecto al rey de Portugal.

En 1484 Colón obtuvo audiencia de Juan II para mostrar su proyecto y exponer ante el monarca su plan de navegación hacia Oriente por el Oeste. El rey era un hombre en consonancia con su tiempo, culto y versado además en temas de ciencia como correspondía a un alto varón del Renacimiento;  como hicieran sus antecesores, él también impulsaba la expansión del Imperio Portugués mediante los descubrimientos de nuevas tierras, y antes de pronunciarse sobre el asunto, sometió el plan de Colón al criterio de una junta de hombres eruditos denominada “Junta dos Matemáticos”. Si el monarca portugués  se interesó por el proyecto del genovés, no lo sabemos ciertamente, aunque hay informes sobre esta entrevista de Colón con Juan II redactados mucho tiempo después que nos cuentan más bien, con matices de despecho, que el rey después del informe negativo de aquella especie de comisión científica, rechazó  al marino en tonos de desinterés y frialdad. Sin embargo, no se tiene por cierto que el monarca despidiera bruscamente al navegante y su proyecto, puesto que, viviendo ya Colón en España después de su salida de Portugal, Juan II se dirigía a él en una carta como ”nuestro especial amigo”, apremiándolo a volver a Portugal en tonos amistosos.

 Poco después de ser rechazado su proyecto,  a principios de  1485, Colón abandona Portugal apresuradamente y en secreto. Su salida precipitada del reino luso tiene toda la semejanza de una huida y parece obedecer a razones turbias  que él calla, y tiene visos de tener que ver con la justicia. Esta teoría la sugiere claramente otra carta del rey portugués dirigida a él en la que lo insta a volver a Portugal dándole garantías de “no ser prendido, retenido, denunciado, citado o interrogado, se trate de la causa civil o criminal de la índole que sea”.

Todo esto da a entender que el futuro almirante contrajo deudas residiendo en Lisboa, tal vez mientras esperaba ser recibido por el rey. O pudiera ser que las deudas estuvieran también relacionadas con el mundo de las finanzas. Sea como fuere, Colón se vio en la perentoria necesidad de salir como quien dice de noche y corriendo camino de España donde ya tendría que tener sus miras puestas para tentar la suerte con los Reyes Católicos en caso de fracasar su oferta en la corte portuguesa.


                  Colón en la corte de Los Reyes Católicos


A primeros de mayo de 1486 Cristóbal Colón fue recibido por Isabel y Fernando en Córdoba. El marino no pudo haber elegido peor momento para que los reyes financiaran su proyecto. La necesidad más apremiante en aquellos momentos era la preparación de la guerra contra el reino nazarí de Granada, la cual iba a requerir todo el esfuerzo económico del Reino, y la ingente cantidad de dinero necesario sobrepasaba con creces los fondos de las esquilmadas arcas de la Corona. No obstante, Colón y su idea habían sido previamente favorecidos por personas del entorno real como el fraile  del convento de La Rábida, el padre Juan Pérez; el duque de Medina-Sidonia don Enrique de Guzmán y el duque de Medinaceli; ellos tres, (grandes entusiastas de su proyecto) le despejaron el camino a la Corte, haciéndolo posible  en el breve tiempo de cuatro meses.

Los Reyes escucharon con interés a Cristóbal Colón, pero igual que ocurriera en Portugal, en Castilla también se sometió su plan a  examen  por una comisión de expertos. La comisión (formada por dignatarios de la Iglesia, todos ellos hombres doctos de la Universidad de Salamanca) la presidía el ilustre padre Fernando de Talavera y sus deliberaciones probablemente debieron estar más condicionadas por la teología que por la ciencia, y la respuesta al cabo de cuatro años de discusiones fue negativa.

Aunque los conocimientos de aquella época sobre cosmografía eran ya muy avanzados parece que aquellas comisiones científicas, la mayoría formadas por miembros de la Iglesia, estaban todavía ancladas en la Edad Media, y hoy se nos antojan formadas por hombres mochos y de cortas miras, más dados a entablar polémicas que a deliberar seriamente sobre  cuestiones de ciencia que, como hombres doctos que eran, se sometían a su consideración.

Colón seguramente tuvo que desmoralizarse al recibir la respuesta, pero según parece los Reyes le dieron esperanzas para cuando los tiempos fuesen más  propicios, como así fue una vez terminada la guerra de Granada. Y he aquí otra vez a la Reina católica obviando el criterio de los sabios y aplicando su acertado juicio al tomar personalmente la decisión de llevar a cabo aquel “negocio tan flacamente fundado y tan incierto e imposible”como decía el fallo de la comisión de Salamanca. Y así,  el desarrollo de los acontecimientos que dieron lugar al cambio mas trascendental que vieron los siglos en la historia del mundo, se debe a ella, a la Reina de feliz memoria.

Colón fue llamado nuevamente a la corte donde llegó en agosto de 1491. Tras la audiencia se sometió la decisión al Consejo Real para que estos decidieran las formalidades del viaje, y una vez  pasado el trámite el futuro almirante expuso sus condiciones. Los Reyes, como los miembros del Consejo, quedaron desconcertados ante las exigencias del genovés. Éste exigía además de ser nombrado virrey y gobernador general,  almirante de todas las tierras que se descubrieran, el título nobiliario de “Don” vitalicio y hereditario para él y toda su descendencia, además de una serie disparatada de prebendas económicas sobre los beneficios que se obtuvieran en la demarcación de su almirantazgo, derechos vitalicios y hereditarios también con otros beneficios más.  Los Reyes autorizaron la empresa el 17 de abril de 1492 con toda la intención de no cumplir las condiciones expuestas por el marino, y desde ese momento se empezó la tarea de equipar las tres naves.


Fin del segundo episodio

Continuará