Cristóbal Colón
2ª parte
El reino de Portugal había empezado ya sus exploraciones
costeando progresivamente África y estableciendo colonias
comerciales cada vez más al Sur, hasta el Golfo de Guinea para poco
después alcanzar El Cabo. Esta ventaja la supieron aprovechar con buena fortuna
sus acertados reyes. Tras Portugal en la
aventura descubridora, iría felizmente Castilla con la iniciativa de los mejores reyes que conoció
su historia.
Acertó entonces Colón al poner sus ojos en la aventajada
Portugal buscando fortuna. El comercio con las colonias de África estaba
proporcionando magníficas
oportunidades a
burgueses comerciantes y marineros,
facilitando
a la vez la oportunidad de subir en la escala social de Lisboa a todo el que ambicionara, como Colón, un alto rango en la
comunidad
mediante el
ascenso profesional y económico. Poco
después de su establecimiento en la ciudad a orillas del Tajo lo encontramos navegando en una nave que
traficaba desde Portugal a Inglaterra e Irlanda. En uno de sus libros nos deja constancia de un curioso
acontecimiento acaecido en uno de estos viajes. Alude a dos náufragos, un hombre y una
mujer de rasgos orientales, con los que se encontraron en aguas de Irlanda
flotando en una almadía, arrastrados por la corriente. Admitiendo la hipótesis
de que fuesen náufragos procedentes de América, la anotación de este incidente
es interesantísima y
deja traslucir que
ya en su pensamiento Colón albergaba la idea de
poder llegar al Oriente por el Oeste. Idea
que tiempo atrás en uno de sus viajes a las Azores empezó a gestarse
en su cabeza al oír de labios de un náufrago
de Huelva la revelación de la existencia de una lejana isla en mitad del
Atlántico.
Colón escuchaba con interés toda clase de relatos
fantásticos referidos a lejanas tierras más allá del horizonte. No se podía
acotar la imaginación de la gente y cada vez
eran más abundantes esta clase de bulos. De
entre las leyendas que circulaban entonces por Europa la más relevante en este
contexto es la del Preste Juan, un poderoso
rey de reyes cristiano que gobernaba un reino de incalculables riquezas del que se desconocía su situación geográfica. Tanta fuerza tomó este infundio
que el mismo rey de Portugal Juan II pensaba establecer alianza con el supuesto
poderoso monarca para entablar lucha contra el Islam, el peor enemigo del
comercio luso. Cuando se localizó ese reino en la costa oriental de África,
mandó este rey una expedición a su encuentro. Después
de varios fracasos en la tentativa de establecer contacto con el mítico
soberano, en 1520 en una embajada encabezada por D. Rodrigo de Lima, se logró
la comunicación con el
legendario Preste
Juan, el cual resultó ser el soberano de la humilde Etiopía.
Así mismo, después de descubiertas Las Islas
Canarias, Cabo Verde, las Madeiras y las
Azores, despertó de su letargo con inusitado ímpetu la antigua leyenda de La
Atlántida en su versión hispana, la cual contaba que después de la invasión
árabe de la Península Ibérica
siete
obispos (he aquí otra vez el misticismo de los números) navegando
en su huida hacia el Oeste por el
Atlántico, recalaron en una isla en la que fundaron siete ciudades. En algunos
mapas del siglo XVII todavía se señalaba la posición de esta fabulosa
isla. Portugal emprendió varios intentos
(especialmente bajo el reinado de Juan II) de dar con ella, obviamente sin éxito.
A principio de 1480, la idea de alcanzar el Oriente
navegando hacia el Poniente se instaló
firmemente en la cabeza del navegante. Colón estaba en posesión de muchos
conocimientos sobre cartografía y astronomía. Desde que aquella obsesiva idea
se instalara en su cerebro, se dedicó al estudio sistemático de toda la
literatura que se generó sobre estos conocimientos desde tiempos de Ptolomeo.
Había estado reuniendo toda la información que pasó por sus manos sobre rutas
marítimas y toda la documentación sobre viajes a la que tuvo acceso, y como
autodidacta accedió en consecuencia a un saber que definitivamente confirmó su
teoría de que no solo se podían alcanzar
Las Indias por un camino más corto y directo navegando
hacia el Oeste, si no que, siendo la Tierra redonda, podía alcanzarse Asia por
Oriente tanto como por Occidente, y de igual modo navegando lejos y siempre al
Este indefectiblemente se habría de volver por Occidente y en el camino descubrir
nuevas tierras. Obviamente, en la simple cosmovisión de aquel tiempo, nadie
contaba
con el continente americano
puesto en medio del océano bloqueando el paso.
Después de la muerte de su esposa, presumiblemente de parto
en el alumbramiento de su hijo Diego, con todo este bagaje de conocimientos y
con su niño, marchó Colón para Lisboa con la determinación de ofrecer su
proyecto al rey de Portugal.
En 1484 Colón obtuvo audiencia de Juan II para mostrar su
proyecto y exponer ante el monarca su plan de navegación hacia Oriente por el
Oeste. El rey era un hombre en consonancia con su tiempo, culto y versado
además en temas de ciencia como correspondía a un alto varón del Renacimiento;
como hicieran sus antecesores, él también
impulsaba la expansión del Imperio Portugués mediante los descubrimientos de
nuevas tierras, y antes de pronunciarse sobre el asunto, sometió el plan de
Colón al criterio de una junta de hombres eruditos denominada “Junta dos
Matemáticos”. Si el monarca portugués
se
interesó por el proyecto del genovés, no lo sabemos ciertamente, aunque hay
informes sobre esta entrevista de Colón con Juan II redactados mucho tiempo
después que nos cuentan más bien, con matices de despecho, que el rey después
del informe negativo de aquella especie de comisión científica, rechazó
al marino en tonos de desinterés y frialdad. Sin
embargo, no se tiene por cierto que el monarca despidiera bruscamente al
navegante y su proyecto, puesto que, viviendo ya Colón en España después de su
salida de Portugal, Juan II se dirigía a él en una carta como ”nuestro especial
amigo”, apremiándolo a volver a Portugal en tonos amistosos.
Poco después de ser
rechazado su proyecto,
a principios
de
1485, Colón abandona Portugal
apresuradamente y en secreto. Su salida precipitada del reino luso tiene toda
la semejanza de una huida y parece obedecer a razones turbias
que él calla, y tiene visos de tener que ver
con la justicia. Esta teoría la sugiere claramente otra carta del rey portugués
dirigida a él en la que lo insta a volver a Portugal dándole garantías de “no
ser prendido, retenido, denunciado, citado o interrogado, se trate de la causa
civil o criminal de la índole que sea”.
Todo esto da a entender que el futuro almirante contrajo
deudas residiendo en Lisboa, tal vez mientras esperaba ser recibido por el rey. O
pudiera ser que las deudas estuvieran también relacionadas con el mundo de las
finanzas. Sea como fuere, Colón se vio en la perentoria necesidad de salir como
quien dice de noche y corriendo camino de España donde ya tendría que tener sus
miras puestas para tentar la suerte con los Reyes Católicos en caso de fracasar
su oferta en la corte portuguesa.
Colón en la corte de Los Reyes Católicos
A primeros de mayo de 1486 Cristóbal Colón fue recibido por
Isabel y Fernando en Córdoba. El marino no pudo haber elegido peor momento para
que los reyes financiaran su proyecto. La necesidad más apremiante en aquellos
momentos era la preparación de la guerra contra el reino nazarí de Granada, la
cual iba a requerir todo el esfuerzo económico del Reino, y la ingente cantidad
de dinero necesario sobrepasaba con creces los fondos de las esquilmadas arcas
de la Corona. No obstante, Colón y su idea habían sido previamente favorecidos
por personas del entorno real como el fraile
del convento de La Rábida, el padre Juan Pérez; el duque de
Medina-Sidonia don Enrique de Guzmán y el duque de Medinaceli; ellos tres, (grandes entusiastas
de su proyecto) le despejaron el camino a la Corte, haciéndolo posible en el breve tiempo de cuatro meses.
Los Reyes escucharon con interés a Cristóbal Colón, pero igual
que ocurriera en Portugal, en Castilla también se sometió su plan a
examen
por una comisión de expertos. La comisión (formada
por dignatarios de la Iglesia, todos ellos hombres doctos de la Universidad de
Salamanca) la presidía el ilustre padre Fernando de Talavera y
sus deliberaciones probablemente debieron estar más condicionadas por la teología que por la ciencia, y la respuesta al
cabo de cuatro años de discusiones fue negativa.
Aunque los conocimientos de aquella época sobre cosmografía
eran ya muy avanzados parece que
aquellas comisiones científicas, la mayoría formadas
por miembros de la Iglesia, estaban todavía
ancladas en la Edad Media, y hoy
se nos
antojan formadas por hombres mochos y de cortas miras, más dados a
entablar polémicas que a deliberar seriamente sobre
cuestiones de ciencia que, como hombres doctos
que eran, se sometían a su consideración.
Colón seguramente tuvo que desmoralizarse al recibir la
respuesta, pero según parece los Reyes le dieron esperanzas para cuando los
tiempos fuesen más
propicios, como así
fue una vez terminada la guerra de Granada. Y he aquí otra vez a la Reina
católica obviando el criterio de los sabios y aplicando su acertado juicio al
tomar personalmente la decisión de llevar a cabo aquel “negocio tan flacamente fundado y tan incierto e imposible”
,
como decía el fallo de la comisión de Salamanca. Y así,
el desarrollo de los acontecimientos que
dieron lugar al cambio mas trascendental que vieron los siglos en la historia
del mundo, se debe a ella, a la Reina de feliz memoria.
Colón fue llamado nuevamente a la corte donde llegó en
agosto de 1491. Tras la audiencia se sometió la decisión al Consejo Real para
que estos decidieran las formalidades del viaje, y una vez
pasado el trámite el futuro almirante expuso
sus condiciones. Los Reyes, como los miembros del Consejo, quedaron
desconcertados ante las exigencias del genovés. Éste exigía además de ser
nombrado virrey y gobernador general,
almirante
de todas las tierras que se descubrieran, el título nobiliario de “Don” vitalicio
y hereditario para él y toda su descendencia, además de una serie disparatada
de prebendas económicas sobre los beneficios que se obtuvieran en la
demarcación de su almirantazgo, derechos vitalicios y hereditarios también con
otros beneficios más.
Los Reyes
autorizaron la empresa el 17 de abril de 1492 con toda la intención de no
cumplir las condiciones expuestas por el marino, y desde ese momento se empezó
la tarea de equipar las tres naves.
Fin del segundo episodio
Continuará
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