Descripción


Presentación de la revista digital de la Universidad de Mayores

Esta es la versión digital de la revista Aula Magna, una publicación que aprovecha las virtudes de las nuevas tecnologías –la inmediatez, el aumento de la capacidad, la continua renovación de contenidos… las posibilidades, en suma, de un formato no sujeto a las limitaciones del papel--, pero mantiene el mismo espíritu que ha animado a la revista Aula Magna desde sus inicios, hace una década: servir de vehículo de informaciones, de conocimientos, de contraste de pareceres, de la Universidad de Mayores de Extremadura (UMEX).

La versión digital de Aula Magna es una especie de plaza pública en la que será visible lo que merezca celebrarse o discutirse, lo que merezca conocerse más allá del aula, lo que importe a los integrantes de la UMEX tanto en su condición de estudiantes y como de ciudadanos, porque Aula Magna pretende reflejar la realidad de la UMEX, desde conferencias a lecciones magistrales; desde acontecimientos culturales, divulgativos o de ocio a crónicas de viajes de estudios, y de acoger cuantos asuntos sean de interés para los alumnos.

Cada persona matriculada en la Universidad de Mayores está llamada a participar en la elaboración de la revista digital. Todo el mundo puede aportar su experiencia, sus conocimientos y también sus críticas para difundir, con la mayor riqueza de contenidos posible, la realidad de la UMEX.

Los interesados en aportar ideas, elaborar contenidos, reflejar experiencias, pueden contactar con:

Antonio Tinoco: atinocoardila@gmail.com
Antonio Medina: casacastillo1@telefonica.net
Antonia Marcelo: a.marcelo.garcia@hotmail.es
José Manuel Cordero Paniagua: jomacorpa@hotmail.com
Ramón Brito: rabrigo@hotmail.com
Andrés Sánchez Maján: asmajan51@gmail.com
Antonio Rodríguez Muñoz: rodmunnio@hotmail.com
Antonia Gómez Serrano: pilargs57@gmail.com

lunes, 17 de marzo de 2014

PERSONAJES POLÉMICOS DE LA HISTORIA: CRISTÓBAL COLÓN (2ª parte)


Cristóbal Colón



2ª parte


El reino de Portugal había empezado ya sus exploraciones costeando progresivamente África y estableciendo colonias comerciales cada vez más al Sur, hasta el Golfo de Guinea para poco después alcanzar El Cabo. Esta ventaja la supieron aprovechar con buena fortuna sus  acertados reyes. Tras Portugal en la aventura descubridora, iría felizmente Castilla  con la iniciativa de los mejores reyes que conoció su historia.

Acertó entonces Colón al poner sus ojos en la aventajada Portugal buscando fortuna. El comercio con las colonias de África estaba proporcionando magníficas  oportunidades a burgueses comerciantes y marineros,  facilitando a la vez la oportunidad de subir en la escala social de Lisboa a todo el que ambicionara, como Colón, un alto rango en la comunidad  mediante el  ascenso profesional y económico. Poco después de su establecimiento en la ciudad a orillas del Tajo lo encontramos navegando en una nave que traficaba desde Portugal a Inglaterra e Irlanda. En uno de sus libros nos deja constancia de un curioso acontecimiento acaecido en uno de estos viajes. Alude a dos náufragos, un hombre y una mujer de rasgos orientales, con los que se encontraron en aguas de Irlanda flotando en una almadía, arrastrados por la corriente. Admitiendo la hipótesis de que fuesen náufragos procedentes de América, la anotación de este incidente es interesantísima y  deja traslucir que ya en su pensamiento Colón albergaba la idea de  poder llegar al Oriente por el Oeste. Idea que tiempo atrás en uno de sus viajes a las Azores empezó a gestarse  en su cabeza al oír de labios de un náufrago de Huelva la revelación de la existencia de una lejana isla en mitad del Atlántico.

Colón escuchaba con interés toda clase de relatos fantásticos referidos a lejanas tierras más allá del horizonte. No se podía acotar la imaginación de la gente y cada vez  eran más abundantes esta clase de bulos. De entre las leyendas que circulaban entonces por Europa la más relevante en este contexto es la del Preste Juan, un poderoso  rey de reyes cristiano que gobernaba un reino de incalculables riquezas del que se desconocía su situación geográfica. Tanta fuerza tomó este infundio que el mismo rey de Portugal Juan II pensaba establecer alianza con el supuesto poderoso monarca para entablar lucha contra el Islam, el peor enemigo del comercio luso. Cuando se localizó ese reino en la costa oriental de África,  mandó este rey una expedición a su encuentro. Después de varios fracasos en la tentativa de establecer contacto con el mítico soberano, en 1520 en una embajada encabezada por D. Rodrigo de Lima, se logró la comunicación con el legendario Preste Juan, el cual resultó ser el soberano de la humilde Etiopía.

Así mismo, después de descubiertas Las Islas  Canarias, Cabo Verde, las Madeiras y las Azores, despertó de su letargo con inusitado ímpetu la antigua leyenda de La Atlántida en su versión hispana, la cual contaba que después de la invasión árabe de la Península Ibérica siete obispos (he aquí otra vez el misticismo de los números) navegando en su huida hacia el Oeste por el Atlántico, recalaron en una isla en la que fundaron siete ciudades. En algunos mapas del siglo XVII todavía se señalaba la posición de esta fabulosa isla. Portugal emprendió varios intentos (especialmente bajo el reinado de Juan II) de dar con ella, obviamente sin éxito.  

A principio de 1480, la idea de alcanzar el Oriente navegando hacia el Poniente se instaló firmemente en la cabeza del navegante. Colón estaba en posesión de muchos conocimientos sobre cartografía y astronomía. Desde que aquella obsesiva idea se instalara en su cerebro, se dedicó al estudio sistemático de toda la literatura que se generó sobre estos conocimientos desde tiempos de Ptolomeo. Había estado reuniendo toda la información que pasó por sus manos sobre rutas marítimas y toda la documentación sobre viajes a la que tuvo acceso, y como autodidacta accedió en consecuencia a un saber que definitivamente confirmó su teoría de que no solo se podían alcanzar Las Indias por un camino más corto y directo navegando hacia el Oeste, si no que, siendo la Tierra redonda, podía alcanzarse Asia por Oriente tanto como por Occidente, y de igual modo navegando lejos y siempre al Este indefectiblemente se habría de volver por Occidente y en el camino descubrir nuevas tierras. Obviamente, en la simple cosmovisión de aquel tiempo, nadie contaba con el continente americano puesto en medio del océano bloqueando el paso.

Después de la muerte de su esposa, presumiblemente de parto en el alumbramiento de su hijo Diego, con todo este bagaje de conocimientos y con su niño, marchó Colón para Lisboa con la determinación de ofrecer su proyecto al rey de Portugal.

En 1484 Colón obtuvo audiencia de Juan II para mostrar su proyecto y exponer ante el monarca su plan de navegación hacia Oriente por el Oeste. El rey era un hombre en consonancia con su tiempo, culto y versado además en temas de ciencia como correspondía a un alto varón del Renacimiento;  como hicieran sus antecesores, él también impulsaba la expansión del Imperio Portugués mediante los descubrimientos de nuevas tierras, y antes de pronunciarse sobre el asunto, sometió el plan de Colón al criterio de una junta de hombres eruditos denominada “Junta dos Matemáticos”. Si el monarca portugués  se interesó por el proyecto del genovés, no lo sabemos ciertamente, aunque hay informes sobre esta entrevista de Colón con Juan II redactados mucho tiempo después que nos cuentan más bien, con matices de despecho, que el rey después del informe negativo de aquella especie de comisión científica, rechazó  al marino en tonos de desinterés y frialdad. Sin embargo, no se tiene por cierto que el monarca despidiera bruscamente al navegante y su proyecto, puesto que, viviendo ya Colón en España después de su salida de Portugal, Juan II se dirigía a él en una carta como ”nuestro especial amigo”, apremiándolo a volver a Portugal en tonos amistosos.

 Poco después de ser rechazado su proyecto,  a principios de  1485, Colón abandona Portugal apresuradamente y en secreto. Su salida precipitada del reino luso tiene toda la semejanza de una huida y parece obedecer a razones turbias  que él calla, y tiene visos de tener que ver con la justicia. Esta teoría la sugiere claramente otra carta del rey portugués dirigida a él en la que lo insta a volver a Portugal dándole garantías de “no ser prendido, retenido, denunciado, citado o interrogado, se trate de la causa civil o criminal de la índole que sea”.

Todo esto da a entender que el futuro almirante contrajo deudas residiendo en Lisboa, tal vez mientras esperaba ser recibido por el rey. O pudiera ser que las deudas estuvieran también relacionadas con el mundo de las finanzas. Sea como fuere, Colón se vio en la perentoria necesidad de salir como quien dice de noche y corriendo camino de España donde ya tendría que tener sus miras puestas para tentar la suerte con los Reyes Católicos en caso de fracasar su oferta en la corte portuguesa.


                  Colón en la corte de Los Reyes Católicos


A primeros de mayo de 1486 Cristóbal Colón fue recibido por Isabel y Fernando en Córdoba. El marino no pudo haber elegido peor momento para que los reyes financiaran su proyecto. La necesidad más apremiante en aquellos momentos era la preparación de la guerra contra el reino nazarí de Granada, la cual iba a requerir todo el esfuerzo económico del Reino, y la ingente cantidad de dinero necesario sobrepasaba con creces los fondos de las esquilmadas arcas de la Corona. No obstante, Colón y su idea habían sido previamente favorecidos por personas del entorno real como el fraile  del convento de La Rábida, el padre Juan Pérez; el duque de Medina-Sidonia don Enrique de Guzmán y el duque de Medinaceli; ellos tres, (grandes entusiastas de su proyecto) le despejaron el camino a la Corte, haciéndolo posible  en el breve tiempo de cuatro meses.

Los Reyes escucharon con interés a Cristóbal Colón, pero igual que ocurriera en Portugal, en Castilla también se sometió su plan a  examen  por una comisión de expertos. La comisión (formada por dignatarios de la Iglesia, todos ellos hombres doctos de la Universidad de Salamanca) la presidía el ilustre padre Fernando de Talavera y sus deliberaciones probablemente debieron estar más condicionadas por la teología que por la ciencia, y la respuesta al cabo de cuatro años de discusiones fue negativa.

Aunque los conocimientos de aquella época sobre cosmografía eran ya muy avanzados parece que aquellas comisiones científicas, la mayoría formadas por miembros de la Iglesia, estaban todavía ancladas en la Edad Media, y hoy se nos antojan formadas por hombres mochos y de cortas miras, más dados a entablar polémicas que a deliberar seriamente sobre  cuestiones de ciencia que, como hombres doctos que eran, se sometían a su consideración.

Colón seguramente tuvo que desmoralizarse al recibir la respuesta, pero según parece los Reyes le dieron esperanzas para cuando los tiempos fuesen más  propicios, como así fue una vez terminada la guerra de Granada. Y he aquí otra vez a la Reina católica obviando el criterio de los sabios y aplicando su acertado juicio al tomar personalmente la decisión de llevar a cabo aquel “negocio tan flacamente fundado y tan incierto e imposible”como decía el fallo de la comisión de Salamanca. Y así,  el desarrollo de los acontecimientos que dieron lugar al cambio mas trascendental que vieron los siglos en la historia del mundo, se debe a ella, a la Reina de feliz memoria.

Colón fue llamado nuevamente a la corte donde llegó en agosto de 1491. Tras la audiencia se sometió la decisión al Consejo Real para que estos decidieran las formalidades del viaje, y una vez  pasado el trámite el futuro almirante expuso sus condiciones. Los Reyes, como los miembros del Consejo, quedaron desconcertados ante las exigencias del genovés. Éste exigía además de ser nombrado virrey y gobernador general,  almirante de todas las tierras que se descubrieran, el título nobiliario de “Don” vitalicio y hereditario para él y toda su descendencia, además de una serie disparatada de prebendas económicas sobre los beneficios que se obtuvieran en la demarcación de su almirantazgo, derechos vitalicios y hereditarios también con otros beneficios más.  Los Reyes autorizaron la empresa el 17 de abril de 1492 con toda la intención de no cumplir las condiciones expuestas por el marino, y desde ese momento se empezó la tarea de equipar las tres naves.


Fin del segundo episodio

Continuará














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