Descripción


Presentación de la revista digital de la Universidad de Mayores

Esta es la versión digital de la revista Aula Magna, una publicación que aprovecha las virtudes de las nuevas tecnologías –la inmediatez, el aumento de la capacidad, la continua renovación de contenidos… las posibilidades, en suma, de un formato no sujeto a las limitaciones del papel--, pero mantiene el mismo espíritu que ha animado a la revista Aula Magna desde sus inicios, hace una década: servir de vehículo de informaciones, de conocimientos, de contraste de pareceres, de la Universidad de Mayores de Extremadura (UMEX).

La versión digital de Aula Magna es una especie de plaza pública en la que será visible lo que merezca celebrarse o discutirse, lo que merezca conocerse más allá del aula, lo que importe a los integrantes de la UMEX tanto en su condición de estudiantes y como de ciudadanos, porque Aula Magna pretende reflejar la realidad de la UMEX, desde conferencias a lecciones magistrales; desde acontecimientos culturales, divulgativos o de ocio a crónicas de viajes de estudios, y de acoger cuantos asuntos sean de interés para los alumnos.

Cada persona matriculada en la Universidad de Mayores está llamada a participar en la elaboración de la revista digital. Todo el mundo puede aportar su experiencia, sus conocimientos y también sus críticas para difundir, con la mayor riqueza de contenidos posible, la realidad de la UMEX.

Los interesados en aportar ideas, elaborar contenidos, reflejar experiencias, pueden contactar con:

Antonio Tinoco: atinocoardila@gmail.com
Antonio Medina: casacastillo1@telefonica.net
Antonia Marcelo: a.marcelo.garcia@hotmail.es
José Manuel Cordero Paniagua: jomacorpa@hotmail.com
Ramón Brito: rabrigo@hotmail.com
Andrés Sánchez Maján: asmajan51@gmail.com
Antonio Rodríguez Muñoz: rodmunnio@hotmail.com
Antonia Gómez Serrano: pilargs57@gmail.com

lunes, 17 de marzo de 2014

PERSONAJES POLÉMICOS DE LA HISTORIA: CRISTÓBAL COLÓN (3ª y última parte)


Cristóbal Colon


Tercera y último parte


 Isabel y Fernando no iban a consentir que nadie les impusiera condiciones.  Ellos eran conscientes de la algo iluminada fantasía del italiano, y en todo caso los términos que fijaban el contrato quedaban supeditados a que el navegante llegara a las costas de Asia, en cuyo caso las inmensas riquezas que se derivarían como  consecuencia compensarían con creces al Estado.  De haberse llevado a efecto el cumplimiento literal del compromiso, el genovés se hubiera convertido en una especie de señor feudal con tanto o más poder que el propio Estado. Los reyes no podían consentir el advenimiento de un competidor del poder real después de haber combatido y derrotado en cruenta lucha al omnipotente y secular poder de la nobleza castellana, centralizando el poder y eliminando sus aspiraciones políticas en la guerra civil por la sucesión al trono; de modo que la real pareja se limitó a dar el visto bueno.

 Lo que ocurrió después es archiconocido. Posiblemente sea este acontecimiento del Descubrimiento de América el episodio más conocido de nuestra historia, la epopeya que más nos subyuga y exalta, tal vez por las connotaciones de temeraria y fantástica aventura que envuelve y que aquellos hombres llevaron a cabo con desprecio de sus vidas,  adentrándose  en el desconocido y tenebroso Atlántico de aquel tiempo. Acontecimiento muchas veces idealizado en versiones pueriles, coloreadas, y eximidas de las miserias que enlodaron la excelsa obra del Descubrimiento,  y que acontecieron motivadas por la ancestral esencia y modo de ser del hombre; aunque en definitiva el hallazgo  fuese un acto sublime de extraordinarias  consecuencias para el mundo. Pero hay que situar los hechos en su verdadero contexto.

 Sobre esto último del párrafo anterior, hay que señalar, otro hecho propio del Colón enigmático. Se trata de una de las acciones más incoherentes que el almirante llevó a cabo en toda su vida: en su segundo viaje navegando por el Caribe, había decidido el Almirante  bordear la isla de Cuba para determinar si era isla o península. Encontrándose la flota en el extremo oriental de la isla, la tripulación quería volver a La Española y estaban a punto de amotinarse ya que Colón se empeñaba en seguir adelante aún con el crítico estado de los barcos, mal encarenados, con las velas y jarcias medio podridas, los víveres enmohecidos y los hombres desmoralizados y exhaustos. Cediendo a las presiones de estos, Colón decidió volver a la isla base, perdiendo así la ocasión de descubrir el continente al estar tan próximos a tierra firme. Colón, antes de dar la vuelta,  obligó a la tripulación a prestar juramento por escrito de que estaban en la tierra firme de las Indias, es decir, en Asia. Comprometiéndose todos a no decir nunca lo contrario  bajo pena de ser severamente castigados. Y Colón se las arregló para persuadir a los más reticentes a jurar.

 No es concebible que Colón creyese que Cuba era Japón, ni que más allá al Oeste se encontraban las tierras del Gran Khan. Todo hace pensar que el genovés temía espantosamente perder todas las prerrogativas conseguidas de los Reyes al abandonar estos la empresa por falta de interés, y eso debió trastornarlo mucho para pretender que semejante farsa sin haber encontrado aún el camino que conducía a la India, fuese a surtir efectos positivos y duraderos; y desde este momento todo en la vida del almirante se complicó y degeneró. Todo su sueño parecía venirse  abajo estrepitosamente. El gobierno del virreinato se le estaba yendo de las manos con consecuencias previsiblemente desastrosas para la colonia. Durante la  ausencia del Almirante de la isla La Española, algunos españoles habían cometido toda clase de excesos y barbaridades contra los indios. Como consecuencia,  la población indígena se declararó en  guerra, y tan deteriorada estaba la situación que a los indios era  ya imposible ganarlos  por medios pacíficos. Colón dio como respuesta la orden de castigarlos, y este acto fue el pistoletazo de salida que dio comienzo al episodio más oscuro y vergonzoso de la colonización de América, no solamente por las injusticias cometidas contra los indios y contra los propios colonos, sino por permitiir y algunas veces amparar las autoridades a una casta de oportunistas y gente sin escrúpulos  que campaban a su antojo por la colonia buscando el enriquecimiento inmediato por los medios que fuesen y cometiendo toda clase de atropellos.

 Los Reyes Católicos tenían ya conocimiento de los graves hechos ocurridos y en medio de este desconcierto llegaron naves de España. En ellas venía un portador con una orden de los Reyes para Colón de presentarse  ante la Corte a declarar sobre lo ocurrido con los súbditos de la Reina, (los indios y los colonos), que Colón presentaría como acto defensivo a los ataques de los bárbaros indios, cuando en realidad fue un acto defensivo de estos ante las barbaridades cometidas por los españoles. En defensa de los colonos hay que decir que ante la seria situación de desorden y caos que se vivía en la colonia, muchos, completamente desmoralizados, optaron por abandonar las tierras, volver a España y olvidarse de las malditas Indias.  

 Las graves acusaciones y cargos que pesaban contra Colón, elevadas por sus detractores ante el Consejo Real, no habían dejado indiferentes a los Reyes, y estos  habían mandado una especie de comisario real a investigar las causas del desorden en la colonia, con potestad para interrogar y tomar declaración a los habitantes de la isla. Esto suponía un grave menoscabo de la soberanía y autoridad del virrey, a lo que Colón respondió en un violento enfrentamiento contra el enviado real. Éste perseveró en su cometido,  cumpliendo a rajatabla el mandato de los Reyes, y Colón sintió desde aquel momento que empezaba a perder el favor de la real pareja. En marzo de 1496 emprendió el viaje a España para defender personalmente su causa ante los Reyes.

 Colón consiguió rebatir hábilmente ante los Reyes todas las acusaciones. No obstante, el entusiasmo inicial por el descubrimiento de la nueva ruta a las Indias había decaído, puesto que las esperadas riquezas que prometía el Almirante no habían sido halladas. Como consecuencia directa, el interés del capital privado en la colonización también había declinado y hubo que esperar dos años para el apresto de una nueva flota en la que Colón emprendió su tercer viaje.

 Durante la larga ausencia de Colón de La Española no se había restablecido el orden ni no se había normalizado el abastecimiento de los productos más necesarios. La propagación de la sífilis por la colonia estaba causando estragos y se había producido una nueva revuelta por parte de los colonos contra los hermanos Colón, Bartolomé y Diego, a quienes el almirante había dejado al mando en el gobierno durante su ausencia. Ante el estado de las cosas en la isla, Colón no supo qué hacer y se le ocurrió pedir ayuda a los Reyes solicitando le enviaran un juez que restableciera la paz en el virreinato. Pero ya la real pareja había tomado la decisión de relevar a Colón en la administración y gobierno de las Indias.

 A comienzos de 1499  Francisco de Bobadilla fue nombrado juez supremo y enviado a La Española por los Reyes con el mandato de restablecer el orden y destituir al virrey. En agosto llegó a la isla cuando los hermanos Colón se encontraban inmersos en la represión de otra revuelta de colonos agraviados. La llegada del juez no pudo ser más tétrica, al contemplar él mismo el macabro espectáculo de siete cuerpos de colonos que habían sido ahorcados por orden de las autoridades, y que todavía pendían de las cuerdas balanceándose al viento en el patíbulo. En la cárcel todavía esperaban cinco colonos más para sufrir la misma pena. En ausencia Bartolomé Colón, gobernador interino que andaba a la búsqueda de rebeldes por la isla, el mando en la ciudad estaba en manos de su hermano Diego. El  juez le requirió  la entrega de los cinco reos, a lo que Diego se negó. Bobadilla, sin dudarlo ni un instante, mandó detenerlo y acto seguido ocupó el palacio del virrey. Poco después también fueron  apresados el virrey Cristóbal Colón y su hermano Bartolomé, que fueron encarcelados junto con Diego en la prisión de la isla, y a comienzos de 1500 fueron mandados los tres a España para ser juzgados ante un tribunal.

 Colón supo rechazar con habilidad todos los cargos que pesaban en su contra. Salió airoso del proceso, pero había perdido ya el favor de los Reyes. Todos sus cargos y privilegios en las Indias les fueron retirados, conservando sólo el titulo de Almirante junto con algunos derechos económicos en empresas del Caribe, y en septiembre de 1501 fue hecho público el nombramiento de un nuevo gobernador de La Española en la persona de Nicolás de Ovando, con lo que los privilegios de Colón quedaban oficialmente retirados. Aunque estuvo pleiteando porque le fueran restituidos, gastó todas sus energías y su vida luchando por ellos en vano.

 Isabel y Fernando solían decir que Colón era mal gobernador pero buen marino, y fueron benévolos con él al restituirle en el nombramiento de Almirante y aprestarle tres nuevos barcos con los que realizó su cuarto y último viaje. Empeñado aún en  hallar una ruta occidental hacia las Indias más allá del mar que se extendía al Oeste de Cuba, se topó con el continente americano creyendo haber llegado a las costas de Asia, y murió sin llegar a saber que había llegado a un inmenso mundo todavía más rico que Asia,  aún desconocido.

 Fin




  

    



  

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