Descripción


Presentación de la revista digital de la Universidad de Mayores

Esta es la versión digital de la revista Aula Magna, una publicación que aprovecha las virtudes de las nuevas tecnologías –la inmediatez, el aumento de la capacidad, la continua renovación de contenidos… las posibilidades, en suma, de un formato no sujeto a las limitaciones del papel--, pero mantiene el mismo espíritu que ha animado a la revista Aula Magna desde sus inicios, hace una década: servir de vehículo de informaciones, de conocimientos, de contraste de pareceres, de la Universidad de Mayores de Extremadura (UMEX).

La versión digital de Aula Magna es una especie de plaza pública en la que será visible lo que merezca celebrarse o discutirse, lo que merezca conocerse más allá del aula, lo que importe a los integrantes de la UMEX tanto en su condición de estudiantes y como de ciudadanos, porque Aula Magna pretende reflejar la realidad de la UMEX, desde conferencias a lecciones magistrales; desde acontecimientos culturales, divulgativos o de ocio a crónicas de viajes de estudios, y de acoger cuantos asuntos sean de interés para los alumnos.

Cada persona matriculada en la Universidad de Mayores está llamada a participar en la elaboración de la revista digital. Todo el mundo puede aportar su experiencia, sus conocimientos y también sus críticas para difundir, con la mayor riqueza de contenidos posible, la realidad de la UMEX.

Los interesados en aportar ideas, elaborar contenidos, reflejar experiencias, pueden contactar con:

Antonio Tinoco: atinocoardila@gmail.com
Antonio Medina: casacastillo1@telefonica.net
Antonia Marcelo: a.marcelo.garcia@hotmail.es
José Manuel Cordero Paniagua: jomacorpa@hotmail.com
Ramón Brito: rabrigo@hotmail.com
Andrés Sánchez Maján: asmajan51@gmail.com
Antonio Rodríguez Muñoz: rodmunnio@hotmail.com
Antonia Gómez Serrano: pilargs57@gmail.com

lunes, 16 de diciembre de 2013

UN PASEO POR EL ACUEDUCTO DE LAS HERRERÍAS

Un paseo por el Acueducto de las Herrerías


El Club del Caminante emprende ruta a través de un antiguo canal, pero las vicisitudes del camino nos dieron ocasión para conocer la hospitalidad de Campillo de Deleitosa


*Por Antonio Rodríguez Muñoz


El 27 de octubre pasado tuve la suerte de juntarme con los miembros del Club del Caminante de Badajoz para andar la ruta del Acueducto de las Herreras. El acierto se lo debo a la compañera Guadalupe Martínez del segundo curso del programa de la UMEX que fue quien me sugirió la idea de unirme al grupo, lo que le agradezco sinceramente porque gracias a ella viví una experiencia preciosa que ha pasado ya a engrosar ese cúmulo de vivencias que conforman el archivo de nuestros más hermosos recuerdos.

Me uní a ellos sabiendo que el objetivo era de caminatas por el campo y de convivencia con gente nueva. Y estas cosas por ellas solas me parecieron dos componentes perfectos para no sentirse uno tan solo. Aquel domingo por la mañana a la hora de salir de Badajoz, la primera impresión al subir al autobús y ver tantas caras alegres dirigiéndome sonrisas, fue la premonición de que el día prometía romper la monotonía de esa corriente de días insulsos y anodinos a los que uno está habituado, y con ese esperanzador presentimiento  iniciamos el viaje hacia la comarca de Los Ibores.

Estas marchas por el monte tienen siempre un componente de aventura que las hace muy atractivas para un espíritu inquieto y visionario con atisbos de explorador al estilo de los viajeros del siglo XIX que a muchos de nosotros nos hubiera gustado ser. Aunque ya nada queda por descubrir, no cabe duda de que esta clase de andanzas satisfacen generosamente esa demanda por indagar en lo desconocido que el espíritu de niño que aún prevalece en nosotros nos reclama de vez en cuando. Esta vez nosotros tampoco íbamos a descubrir nada nuevo para la ciencia, pero resultó que íbamos a ser los primeros en andar una ruta preciosa, llena de rincones bonitos, y no exenta de lances aventureros por un terreno no abierto todavía para el caminante y por consiguiente de cierto interés seductor por ser una primicia.

Llegados a Campillo de Deleitosa donde nos dejó el autocar,  ya estaban esperando por nosotros unos guías del lugar que nos iban a acompañar. El pueblo es pintoresco, algo pequeño; según dijeron lo habitaban 160 familias, la mayoría personas jubiladas. Lo primero que hicimos antes de iniciar la marcha fue rendir visita a la iglesia, invitados a ello por uno de los  guías. Después  nos dividimos en dos grupos para alcanzar por distintos caminos la presa de agua donde da comienzo el Acueducto de las Herrerías, e iniciamos la marcha por un terreno con leves pendientes de agradable caminar. El guía que acompañaba a nuestro grupo era una persona simpática y parlanchina. Este hombre resultó ser una especie de cronista por la cantidad de historias sobre el pueblo y  su gente que nos contaba por el camino.

El guía en vez de ir en cabeza liderándonos, se paraba a cada rato para contar una historia. Algunos de entre el grupo, algo cansados ya de oírlo, seguíamos caminando mientras él se paraba para narrar otra crónica. Nosotros algo distanciados en la delantera, nos teníamos que detener en cada bifurcación y esperar la indicación del líder para no tomar el camino equivocado, así que avanzábamos poco, pero seguíamos caminando. A la hora o así de haber empezado a andar oímos voces de los más atrasados que nos decían que teníamos que dar la vuelta. El guía nos dijo que íbamos a cambiar el camino que llevábamos por otro mejor. Pero la verdad fue que se había confundido de camino. Total que tuvimos que desandar unos cuatro kilómetros, y algunos empezamos a sentir que la cosa no iba bien porque tener que desandar el camino, desmoraliza mucho; sobre todo pensando en el otro grupo que nos llevaban más de una hora de ventaja. Para intentar recuperar algo del tiempo perdido, nuestro hombre nos hizo trochar cuesta arriba por una pendiente bárbara de aproximadamente el treinta por ciento donde una compañera se dislocó un tobillo y hubo que ayudarla a subir aquella cuesta para evacuarla con un coche al pueblo. Esto nos hundió aún más y empezamos a perder la confianza en el guía, pero nos dimos ánimos unos a otros y nos repusimos un poco. Después de este contratiempo seguimos caminando al encuentro del otro grupo de compañeros. Dos horas y media más tarde nos encontramos con ellos, los cuales estaban cansados ya de esperar por nosotros, y juntos reanudamos de nuevo la marcha hacia la cabecera  del acueducto.

El objetivo principal consistía en visitar y caminar por dentro de un antiguo canal que suministraba agua a una antiquísima herrería que según aseguraban los guías databa de la Edad Media, y posteriormente a finales del siglo XIX empezó a abastecer a tres pequeñas centrales hidroeléctricas que estuvieron en funcionamiento desde 1897  hasta 1969 cuando comenzó el suministro de energía eléctrica por parte de la empresa Iberduero. La vieja infraestructura hidráulica se encuentra en desuso por tanto desde 1969. Aunque el periodo desde su abandono hasta hoy parece muy corto en relación a la edad total de la obra, el deterioro producido en este corto espacio de tiempo es notorio, con trozos de las paredes del canal desprendidos, y el revestimiento de argamasa, desconchado en algunas partes.

Cuando llegamos a la presa, esta estaba en el fondo del barranco por donde discurría el río. Hubo que bajar a través de una enorme rampa que nos separaba del río, agarrándonos a las matas y arbustos para no salir rodando cuesta abajo. Las mujeres siempre más prácticas que nosotros, optaron por sentarse y dejarse llevar ayudadas por la fuerza de la gravedad poco a poco hasta que llegaron abajo. Algunas quedaron  con la parte trasera del pantalón hecho una pena, pero llegaron a lo hondo indemnes y enteras.

El canal de aproximadamente un metro de ancho por metro y medio de alto  que arranca lógicamente de la misma presa de donde tomaba el agua por la orilla izquierda,  estaba seco. Nos metimos en él e iniciamos la marcha. La  fila al tener que ser de a uno dentro del canal, era largísima. El canal proseguía por un lado del barranco asentado en la ladera del monte a lo largo del  serpenteante curso del río por un paraje de lo más agreste. Allí la vegetación la constituye una flora variada y curiosa, constituida entre otras especies por brezos rosa y blanco, madroños, durillos, encinas, alcornoques y un esplendoroso bosque de ribera compuesto principalmente por alisos y fresnos con algunos loros (laurel portugués) entre ellos. Dentro del canal en el sustrato formado por el antiguo sedimento dejado por la corriente de agua y el polvo que el viento ha ido depositando a lo largo del tiempo, crecían algunas plantas típicas de las riveras de los ríos que no dificultaban el paso. De vez en cuando había que saltar por encima de grandes piedras que en otro tiempo habían sido colocadas para frenar el ímpetu de la corriente a lo largo de la conducción.

Por esta inusual vía ahora convertida en ruta para caminantes, anduvimos por espacio de hora y media hasta llegar a la confluencia de un arroyo cuyo desnivel desde el fondo del barranco lo salva el canal mediante unos arcos superpuestos a modo del acueducto de Segovia en miniatura de unos diez metros de altura. En este punto paramos a comer bajando al fondo del barranco por el que discurría un arroyo de aguas cristalinas en  donde  llenamos nuestras cantimploras. La comida fue breve, ya que comimos sólo un simple bocadillo. Después de esto, reanudamos la marcha.

Llegamos al final del canal al cabo de cuarenta minutos o así, y después de contemplar la estructura de distribución del agua desandamos por el mismo canal unos metros para salir de él y escalar una pendiente que nos llevó a una pista y, por ella, a las afueras del pueblo de donde habíamos partido. El trayecto por el canal fue de siete kilómetros. A todos nos pareció una experiencia bonita y abandonamos aquel lugar con nostalgia y algo de pena. Nos habíamos encariñado con él.

Ya próximos al pueblo de Campillo de Deleitosa la mayoría íbamos pensando en la comida, puesto que el simple bocadillo que tomamos fue poca cosa; pero teniendo en cuenta que no había restaurantes, según nos decían los guías,  nos conformábamos con un café y unas perrunillas. Una vez en las afueras del pueblo preguntamos por el bar y nos dijeron que no había ninguno, pero que si queríamos café, que fuésemos a la nave de los cazadores, que ellos estaban allí y tenían una cafetera, y sin ningún inconveniente nos darían.

Preguntamos por la compañera accidentada que se quedó en el pueblo al no poder caminar, y nos informaron que había sido acogida por una familia que se la habían llevado a su casa y la habían atendido maravillosamente; que había comido a la mesa con ellos como una más de la familia y se lo había pasado muy bien en compañía. Después supimos que la gente del pueblo al verla imposibilitada, querían todos llevársela a sus casas para acogerla hasta que llegáramos nosotros. 

Al entrar en la nave de los cazadores, éstos, que serian unos cincuenta, se encontraban sentados  a las mesas donde habían comido y estaban ya a los postres. Al vernos llegar se levantaron para atendernos; nosotros les pedíamos café, y ellos sin hacernos preguntas, se metieron en la cocina y empezaron a sacarnos comida; pan y vino primero, lo que a la mayoría nos vino de perlas. Luego nos dieron fruta y después café,  pastas y licores

Congeniamos con ellos y resultaron ser una gente maravillosa. Nos contaron las vicisitudes de la alcaldía para atraer a gente de fuera a vivir con ellos con el objeto de incrementar la población. Nos dijeron que se sentían algo solos y abandonados por ser un pueblo pequeño, y nos ofrecían terrenos muy baratos donde edificar para que nos hiciéramos chalés. Nos contaron que vivían de la agricultura, del pastoreo y de los empleos que algunos tenían en la central eléctrica de Almaraz y nos ponderaban la exquisitez de sus quesos y la calidad de sus aceites de oliva.

Fue la filantropía de esta gente lo que nos caló hondo,  haciéndonos recapacitar acerca de los valores y las pautas de convivencia de los que vivimos en las ciudades, donde a menudo ni los vecinos de un mismo bloque de pisos se saludan entre ellos. A nosotros, los amables habitantes de Campillo de Deleitosa nos dieron aquella tarde una lección de humanidad.


Sobre las cinco y media, algo cansados de la caminata, nos subimos al autocar para emprender la vuelta a casa. En el autobús nuestro estado de ánimo era bueno y alegre, como el de un grupo de muchachos que vuelve de una excursión. Llegamos a casa con la satisfacción de haber pasado un día magnífico que perdurará por siempre  en el recuerdo.

*Antonio  Rodríguez Muñoz es alumno de la UMEX

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